Lisa
Época actual.
Nunca pensé que acabaría viviendo en un pueblo tan pequeño que cualquiera podía adivinar lo que ibas a desayunar antes de que lo pidieras. Pero ahí estaba yo, diez años después, detrás del mostrador de mi propia cafetería, sirviendo café mientras el vapor empañaba los vidrios y el aroma dulce del pan recién hecho llenaba el lugar.
La campanita de la puerta sonó, y supe quién era antes de levantar la vista.
Rafa.
Siempre aparecía a la misma hora, como si tuviera un reloj interno sincronizado con mis movimientos.
—Buen día, jefa —saludó con esa sonrisa descarada que pretendía parecer encantadora.
Rodé los ojos.
—Rafa, ya te dije que no me llames así.
—¿Y cómo querés que te llame? ¿Reina? ¿Dueña de mi corazón? ¿Madre de mis futuros…?
Le señalé con una cucharita.
—Te voy a tirar esta cuchara si seguís.
Él soltó una carcajada suave, sin un rastro de molestia. Nunca se ofendía. Nunca insistía más allá de lo permitido. Y nunca dejaba de intentar,