Lisa
Dormí poco esa noche. O casi no dormí.
Cada vez que cerraba los ojos veía el humo del hospital, la mirada vacía de mi mamá… y a Cristian diciéndome que la única forma de mantenerme viva era casarnos antes de la Luna Roja.
Pero también veía su rostro cuando le dije que sí.
Esa mezcla de alivio, miedo y algo que casi parecía paz.
Cuando amaneció, estaba sentada junto a la ventana, abrazándome las piernas y mirando el bosque envuelto en niebla. No escuché la puerta abrirse, pero lo sentí entrar. Su presencia llenaba la habitación de una forma extraña: no ruidosa, no invasiva… simplemente inevitable.
—No deberías estar despierta —murmuró.
—No pude dormir —admití sin mirarlo.
Cristian se acercó despacio, como si temiera asustarme.
Se sentó a mi lado, tan cerca que nuestras rodillas casi se tocaban.
—¿Te arrepentiste? —preguntó.
La pregunta me golpeó.
No porque lo dudara… sino porque él lo dudara.
Negué suavemente.
—No. No me arrepentí.
Él soltó una respiración que pare