Lisa
Llegaba a la entrada de la universidad con los libros apretados contra el pecho, intentando ordenar mis pensamientos antes de enfrentar otro día. Cada paso estaba cargado de tensión; el ruido de los estudiantes entrando y conversando parecía demasiado fuerte, demasiado cercano. Traté de respirar hondo, pero no lo conseguí del todo, todavía recordando la detención de ayer y el golpe que ardía en mi rostro.
De repente, alguien tomó mi brazo con firmeza. Giré, sorprendida, y lo vi: Cristian.
—Ayer no tuve tiempo de preguntarle qué le pasó en la cara —dijo, firme, mirándome directamente a los ojos.
Lo miré, tratando de mantener la compostura, aunque mi corazón latía con fuerza.
—No es asunto suyo —logré decir finalmente, intentando sonar tranquila, aunque mi voz traicionaba mi enojo.
—¿Quién le hizo eso? —insistió, acortando la distancia, sin levantar la voz, pero con firmeza.
—¡Usted no tiene por qué meterse en mi vida! —exclamé, apartando mi brazo de su agarre—. ¡No es nadie! Limít