Capítulo 13 Solo mi profesor

Lisa

Llegaba a la entrada de la universidad con los libros apretados contra el pecho, intentando ordenar mis pensamientos antes de enfrentar otro día. Cada paso estaba cargado de tensión; el ruido de los estudiantes entrando y conversando parecía demasiado fuerte, demasiado cercano. Traté de respirar hondo, pero no lo conseguí del todo, todavía recordando la detención de ayer y el golpe que ardía en mi rostro.

De repente, alguien tomó mi brazo con firmeza. Giré, sorprendida, y lo vi: Cristian.

—Ayer no tuve tiempo de preguntarle qué le pasó en la cara —dijo, firme, mirándome directamente a los ojos.

Lo miré, tratando de mantener la compostura, aunque mi corazón latía con fuerza.

—No es asunto suyo —logré decir finalmente, intentando sonar tranquila, aunque mi voz traicionaba mi enojo.

—¿Quién le hizo eso? —insistió, acortando la distancia, sin levantar la voz, pero con firmeza.

—¡Usted no tiene por qué meterse en mi vida! —exclamé, apartando mi brazo de su agarre—. ¡No es nadie! Limítese a ser mi profesor y nada más.

—No me diga que me estoy entrometiendo —replicó—. Solo quiero saber quién fue.

—¡Ya se lo dije! —grité, incapaz de contener mi enojo—. ¡Usted no tiene derecho! No tiene que controlarme ni preguntar nada. Solo sé mi profesor y no se meta más en mi vida.

Hubo un silencio incómodo entre nosotros. Respiré hondo, tratando de calmar la rabia que subía en mí. Mi mente estaba enredada entre la frustración y la necesidad de mantener mis límites claros. Finalmente, él se detuvo, como si entendiera que no iba a ceder, y me soltó el brazo.

Di un paso atrás, asegurándome de recuperar mi espacio personal. Cada músculo de mi cuerpo estaba tenso, pero no podía evitar sentir una mezcla de alivio y enojo. No quería que Cristian pensara que podía manejarme o leerme como él quisiera. Esa idea me irritaba, y a la vez me daba cierta consciencia de lo mucho que lo controlaba mi atención.

—Muy bien —dijo finalmente, con voz controlada—. Seré su profesor y nada más. Pero recuerde: si algo no está bien, no lo ignore.

No respondí. Solo lo miré un instante antes de girarme y caminar hacia mi próxima clase. No tenía clase con él ese día, así que mi presencia frente a él no sería más que un momento incómodo y cargado de tensión que no quería prolongar. Cada paso que daba estaba impregnado de la decisión de no dejar que su insistencia me afectara.

Al salir de la universidad, respiré hondo, intentando calmar mi corazón todavía acelerado. No podía regresar a casa. Después de lo que había pasado, no quería enfrentar a mis padres, no quería ver sus caras, ni escuchar sus voces. Todo me recordaba a la rabia y la frustración que sentía, así que tomé una decisión rápida: iría a casa de Stephanie.

Stephanie vivía a pocas cuadras, y su puerta siempre estaba abierta para mí, como si supiera que algún día no querría volver a mi propia casa. Toqué y, en segundos, me recibió con una sonrisa brillante y un abrazo que me hizo sentir que todo mi enojo y tensión se disipaban un poco.

—Lisa, ¿qué pasó en la entrada? Te veía tensa desde lejos —dijo Stephanie, con voz preocupada mientras me invitaba a pasar.

—Nada… —respondí, intentando sonar indiferente, pero ella no me creyó.

Me condujo a su habitación y, como siempre, hizo que me sintiera en casa. Me senté en su cama mientras ella me ofrecía una bebida caliente y comenzábamos a charlar. Hablamos de todo: de la universidad, de los exámenes que se acercaban, de los compañeros molestos, y poco a poco me fui relajando. Stephanie siempre tenía la manera de hacer que los problemas parecieran menos pesados, de poner distancia entre lo que dolía y lo que podía sobrellevar.

Pusimos nuestras pijamas y nos acomodamos con mantas y almohadas, preparándonos para pasar la noche hablando, riendo y compartiendo secretos. A veces, mi mente volvía a Cristian, a la discusión en la entrada y al enojo que todavía me latía en el pecho, pero Stephanie estaba allí para recordarme que no tenía que cargarlo todo sola.

—Cuénteme todo —dijo Stephanie, con esa sonrisa cómplice que solo ella podía poner—. No se preocupe por nada, yo estoy aquí.

Le conté lo de Cristian, cómo había intentado indagar sobre mi golpe, cómo me había enojado y cómo lo había mandado a limitarse a ser mi profesor y nada más. Stephanie escuchó, asintiendo y sonriendo mientras yo descargaba todo el enojo acumulado.

Reímos, lloramos un poco y, sobre todo, hablamos de nosotros, de lo que nos importaba y de lo que queríamos para el futuro. La noche pasó con la sensación de seguridad que solo la amistad verdadera puede dar. Por primera vez desde la confrontación con Cristian, sentí que podía respirar tranquila, que podía ser yo misma sin tener que ocultar la rabia o la frustración que me llevaba dentro.

Stephanie me ofreció su almohada, y nos acomodamos para dormir juntas, compartiendo confidencias y risas suaves, recordando anécdotas de la infancia y planes futuros. La tensión con Cristian seguía ahí, pero al menos por esa noche, podía dejarla a un lado y sentirme protegida, acompañada, comprendida.

Mientras la noche avanzaba, me quedé pensando en todo lo que había pasado ese día, desde la entrada de la universidad hasta mi llegada a la casa de Stephanie. El enojo con Cristian seguía presente, pero la calidez de la amistad me permitía respirar, pensar y ordenar mis emociones sin que nadie más interfiriera.

Me dormí con la sensación de que, aunque el mundo fuera complicado, había lugares y personas en los que podía confiar. Stephanie era uno de ellos, y esa certeza hizo que la tensión del día disminuyera hasta desaparecer en un sueño tranquilo.

La noche fue larga, llena de risas, confidencias y la seguridad que solo una amistad verdadera puede brindar. Por primera vez en mucho tiempo, sentí que podía descansar sin preocuparme por los conflictos que me rodeaban, y que mañana, cuando regresara a mi vida cotidiana, tendría fuerzas para enfrentar todo lo que viniera, con la rabia controlada y la mente más clara.

Sigue leyendo este libro gratis
Escanea el código para descargar la APP
Explora y lee buenas novelas sin costo
Miles de novelas gratis en BueNovela. ¡Descarga y lee en cualquier momento!
Lee libros gratis en la app
Escanea el código para leer en la APP