No sé si la vida tiene un límite para lo que uno puede soportar, pero estoy empezando a creer que sí.
Que hay un punto donde el cuerpo dice basta, donde el alma se rompe y el miedo se convierte en una jaula sin salida.Desde hace días, siento que ese punto se acerca. Más rápido de lo que pensé.El cansancio no se va con el sueño. La náusea no es solo un malestar pasajero, sino una constante que me aprieta la garganta. Y a veces, al mirarme al espejo, casi no me reconozco. La piel más pálida, las ojeras más profundas, los ojos vidriosos.Y aunque trato de fingir normalidad frente a Ethan, sé que él lo nota.Lo nota y no dice nada, o dice palabras torpes que intentan tapar la verdad.Esta mañana, lo encontré en la cocina, sentado en una silla destartalada, con la mirada perdida en el vaso vacío que tenía delante. La luz del sol entraba por la ventana rota y dibujaba líneas en el polvo sobre la mesa. Todo parecía un cuadro triste.—¿Vos e