Había pasado tanto, tanto… que mirar atrás dolía menos de lo que imaginaba. Quizá porque dolía más mirar hacia adelante sin él.
Gael dormía profundamente, su manita apretada sobre el borde de su manta azul claro. Ese pequeño ser era la razón por la que respiraba, el motivo por el que no había perdido la cabeza en medio del caos, la oscuridad, los llantos y los silencios. Él me salvó. Me salvó de mí misma, de mis apegos, de Ethan.
Pero ahora... Ethan estaba cambiando. Y yo ya no sabía si eso me hacía feliz o me aterraba.
Estaba sentada frente a la ventana del pequeño apartamento, el mismo que me había costado meses conseguir y donde aún olía a nuevo, aunque el colchón fuera usado y la estufa fallara a ratos. Era mío. Todo mío. Nada de lo que tenía estaba ligado a él. Ni a su sombra, ni a sus errores. Era mío. Y eso dolía más de lo que debería.
Llamaron a la puerta.
Sentí un cosquilleo en la nuca. Mi estómago se tensó. Lo supe antes de abrir. Siempre lo supe cuando era él. Era como un e