Los pasillos del hospital olían a cloro y ansiedad. El eco de mis pasos apresurados junto a la enfermera me recordaba que no había marcha atrás. Cada contracción era un grito sordo en mi vientre, una llamada urgente del pequeño ser que llevaba meses creciendo dentro de mí y que ahora pedía salir al mundo.
—Tranquila, Bianca. Respira —dijo Rosa, mi vecina, que me sostenía del brazo con una fuerza que contrastaba con sus años.
Intentaba obedecer, pero era difícil cuando sentías que el cuerpo entero se partía en dos. Aun así, entre una oleada y otra de dolor, pensé en él. En Gael. En la primera vez que escuché su corazón, en la forma en que se movía cuando yo hablaba, en las veces que lloré con su existencia dentro de mí y también en las veces que me hizo reír sin que nadie más supiera.
—Ya casi, mi amor —me dije a mí misma mientras me colocaban una bata de hospital y las enfermeras preparaban la sala.
Fue entonces cuando la puerta se abrió bruscamente y Ethan apareció. Sudaba, jadeaba,