Era la mañana previa al partido, y Lautaro despertó mucho antes de lo esperado. Apenas abrió los ojos, sintió ese cosquilleo en el estómago que tenía desde que había llegado a Lima, Perú. El sueño de jugar un torneo internacional estaba a punto de comenzar, pero no podía dejar de pensar en todo lo que dejaba atrás: Jenifer, Erica y Gabriela, que vivían juntas ahora. Aunque estaban protegidas por la policía, la amenaza de la Rusa seguía flotando como una nube negra.
Revisó el celular y encontró un mensaje larguísimo de Gabriela, deseándole suerte, recordándole que era el orgullo de la familia. Audios de Jenifer, con esa voz dulce temblorosa, diciéndole que lo amaba y que esperaba poder abrazarlo pronto. Erica, más directa, le mandó un simple: “Dale, Lauti, hoy sos el diez de Argentina. Jugá como sabés, sin miedo.”
La noche anterior, Lautaro había caminado por Lima para aclarar su cabeza y allí, inesperadamente, se encontró con Agustina. Ella había salido del país por seguridad hasta qu