Faltaban apenas dos días para que San Martín hiciera su debut en el torneo internacional en Lima, Perú. El aire estaba cargado de expectativa, y no solo para Lautaro y sus compañeros. En casa, el ambiente era otro: aunque la policía custodiaba la casa de Gabriela día y noche, el miedo seguía latiendo con fuerza en cada rincón.
Jenifer y Erica intentaban continuar con su rutina, pero la tensión era tan evidente que hasta los oficiales lo notaban. Gabriela trataba de mantenerlas ocupadas, hablándoles de cosas cotidianas para distraerlas. Pero todas sabían que hasta que atraparan a la Rusa, sus vidas seguían colgando de un hilo invisible.
Lautaro lo sabía también. Nadie tenía que decírselo. Cada vez que tomaba el celular, temía ver un mensaje con malas noticias. Por eso, aunque trataba de mantenerse enfocado en el fútbol, por dentro sentía un fuego angustiante que lo quemaba.
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Aquella mañana, después del entrenamiento, Lautaro decidió salir a caminar por las calles de Lima. Quería despe