capitulo 54

La noche cayó suave sobre la ciudad, como si intentara cubrir con su manto oscuro el dolor que se había derramado en las últimas horas. En el hospital, el silencio solo era interrumpido por el pitido constante de los monitores, un sonido mecánico que, sin embargo, representaba la esperanza más humana: la vida.

Jenifer despertó sobresaltada. El corazón le latía con fuerza. Las imágenes de sus padres, los gritos, la sangre… todo volvía a ella en oleadas. Intentó moverse, pero el dolor en el cuerpo y en el alma era demasiado. Solo alcanzó a girar el rostro. Gabriela, sentada a su lado, la miraba con los ojos llenos de ternura y de tristeza.

—Estoy acá, mi amor —dijo Gabriela con suavidad, tomándole la mano—. Tranquila… todo está bien ahora. Estás a salvo.

Jenifer no pudo más. Las lágrimas comenzaron a caer sin control. Se quebró por completo. No por el dolor físico, ni siquiera por el trauma… sino por la ausencia. Porque por más imperfectos que hubieran sido, sus padres eran su familia.
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