Los días pasaban, y aunque el dolor no se iba del todo, Erica comenzaba a respirar con algo de paz. En casa de Gabriela se sentía diferente. Había un calor que no conocía, uno que no venía de una estufa sino de las miradas sinceras y el afecto sin condiciones. Lautaro era una presencia constante, silenciosa y amable. Gabriela, una guía maternal que no necesitaba hablar mucho para hacerse entender.
Incluso Jenifer, para su sorpresa, había empezado a tratarla con respeto. No se abrazaban ni compartían secretos, pero ya no había espinas en sus palabras. Había una tregua tácita. A veces hablaban en la cocina, otras compartían silencios mientras esperaban a Lautaro después de entrenar. Rivales, sí, pero humanas antes que todo.
La víspera del partido más importante hasta ahora, Gabriela había salido a hacer unas compras. Lautaro y Erica estaban solos en casa. Él preparaba unos mates en la cocina mientras ella hojeaba un libro en el sillón. Todo era calma… hasta que alguien golpeó la puerta