volviendo al partido.
Minuto 34 del segundo tiempo. El sol ya caía lentamente detrás de las tribunas, tiñendo el cielo de un naranja suave que contrastaba con la intensidad que se vivía en el campo. El marcador seguía 1 a 1. El empate no era un mal resultado, pero el equipo quería más. Habían luchado, se habían desgastado, y ahora el aliento de la gente empujaba como una marea imparable.
Lautaro se había ganado la cancha. Desde su ingreso había cambiado el ritmo, había dado el pase del empate, y cada vez que tocaba la pelota, la tribuna murmuraba con expectativa. Jenifer lo miraba como si no existiera otra cosa en el mundo. Gabriela, su tía, no dejaba de gritar su nombre. Los profesores en las gradas se preguntaban de dónde había salido ese pibe. Era como si un fuego dormido se hubiese encendido de golpe.
Entonces ocurrió.
Lautaro recibió la pelota cerca del borde del área y encaró a su marcador. Lo amagó hacia afuera, enganchó hacia adentro, y justo cuando intentaba meterse al área,