Las provocaciones no cesaron. Al contrario, se volvieron más descaradas.
La ex amiga ya ni siquiera se molestaba en disimular su necesidad de atención. Se colgaba del brazo de Damián en cada ocasión, reía en exceso, hacía preguntas íntimas sobre su supuesta historia juntos, como si de pronto necesitara recordarle todo lo que habían compartido… incluso si nunca lo habían hecho.
Y él, lejos de alejarse, jugaba también su papel.
—¿Te acuerdas de nuestra primera cita? Dijiste que me odiabas al principio, pero al final no pudiste resistirte —le decía mientras la abrazaba por la cintura.
Isadora los miraba, serena. Fría como el cristal.
“Claro, abrácense. Rían. Bésense, si quieren. Pero no olviden que estoy mirando… y todo lo que están construyendo se va a caer con su propio peso.”
No sentía celos. No todavía. Sentía… molestia. Como una incomodidad ardiente en el pecho. No por ellos. Sino porque pensaban que podían engañarla, manipularla, arrastrarla al mismo juego de antes.
Damián, sin emb