El tiempo parecía haberse suspendido en el claro del bosque. La luna, testigo silenciosa de su unión, bañaba sus cuerpos entrelazados con una luz plateada. Axel yacía de espaldas sobre el manto de musgo, con Miriam acurrucada contra su costado, su cabeza apoyada en su pecho. La respiración de ambos se había calmado, pero el aire aún vibraba con la energía de lo que acababan de compartir.
La mano de Axel acariciaba el brazo de Miriam con una ternura que hablaba de adoración. Cada trazo de sus dedos decía "eres mía" y "te protejo" en un lenguaje más elocuente que cualquier palabra. Para él, en ese momento, ella era el tesoro más preciado que podía imaginar, la razón detrás de cada batalla librada y cada sacrificio hecho.
Dentro de Miriam, Anya ronroneaba con una satisfacción profunda, pero no del todo completa. La unión humana había sido poderosa, íntima y sanadora, pero su naturaleza tigresa anhelaba algo más. Quería sentir el pelaje de su compañero contra el suyo, la potencia de su ti