El sonido del agua corriendo y el leve tintineo de la loza desde la cocina eran un arrullo extrañamente doméstico. Me había retirado a la sala, acurrucada en el sofá, mientras Axel cumplía su promesa de enfrentarse a los platos. Mi tigresa ronroneaba en mi interior, una vibración profunda de satisfacción. Cada movimiento que oía de la cocina, cada pequeño ruido que delataba su presencia, la calmaba y la alegraba aún más. Nuestro macho era fuerte, era un guerrero, y también fregaba platos. ¿Qué más se podía pedir?
Miré el reloj en la pared. Tres horas. Tres largas horas hasta que la cabaña se llenara de hombres serios y planes peligrosos. La anticipación era una cosa, pero la espera era otra. En el silencio, mi mente retrocedió hasta una conversación que había escuchado entre Axel y Kaila hace unos días, cuando aún estaba más débil y asustada, acostada en la cabaña de Kaila, Solo unas horas después de conocer a Axel por primera vez. Su actitud le desconcertó el no la trato con lástima