Vincent
El mundo se había reducido a una sola necesidad: proteger a Lana. Su ciclo, adelantado por el ataque, era una tormenta bajo su piel, y cada instante lejos del refugio seguro era una tortura para ambos. Cuando sonó el teléfono de Axel, una furia impaciente le recorrió las venas. No ahora, hermano.
Pero la voz de Axel no admitía discusión. Era el tono del Beta, no del hermano.
—Confía en mí, Vincent. Como nunca lo has hecho.
Algo en esa solemnidad le heló la sangre. Dejando a Lana con una promesa de regresar en un instante, salió de la cabaña. La noche era fría, silenciosa. Demasiado silenciosa. Se agachó junto a su camioneta, sus manos expertas palpando la fría superficie metálica del chasis. Y entonces, sus dedos rozaron el pequeño dispositivo adherido con un magneto. Un rastreador.
La rabia que estalló en su pecho fue tan primaria que por un segundo vio el mundo en tonos rojos. Se contuvo de destrozar el artefacto allí mismo. ¿Cómo? ¿Cómo se atreven? La audacia era monument