Intrigada, Lana se dirigió hacia donde le indicaron. Y entonces lo vio. En una estantería baja, un despliegue de golosinas que le hicieron contraer el estómago de pura nostalgia. Estaban los chuches de malvavisco cubiertos de chocolate que Vincent solía comprarle a escondidas cuando eran niños, y justo al lado, los pequeños pasteles con relleno dulce que eran su debilidad. Una oleada de cariño se apoderó de ella. Algunas cosas, en efecto, nunca cambiaban. Con una sonrisa tímida que no podía contener, tomó varios paquetes y los depositó en la cesta. No era solo por el antojo; era un mensaje, un guiño a su historia compartida. Luego, se dirigió a la sección de verduras, seleccionó una docena de huevos frescos y buscó en un rincón polvoriento hasta encontrar las especias específicas que quería: pimentón ahumado y orégano seco. Luego tomo dos paquetes grandes de espaguetis, salsa de tomate semi preparada, algunas verduras tocino, jamón y queso. Las recetas estaban dando vueltas en su c