La luna arrojaba su luz sobre la costa y el mar murmuraba secretos en la arena húmeda. Rose y Alessandro bajaron juntos desde la terraza del restaurante, tomados de la mano, cada paso una caricia. El vestido rojo de Rose brillaba bajo el resplandor nocturno, mientras él, impecable en un traje azul, la incorporaba con ternura.
—Nunca imaginé sentir tanta paz —susurró ella, apoyando la mejilla en su pecho.
Él la miró, sintiendo que su mundo cambiaba.
—Ni yo —respondió él, con voz grave—. Cuando estoy contigo, no me importa que todo lo demás doliera.
Con un gesto delicado, Alessandro tomó su abrigo y lo colocó sobre los hombros de Rose. Se quedaron así un instante, unidos por algo más que la brisa marina, algo convocado en silencio.
—Nunca pensé que alguien me hiciera sentir esto —confesó él—. Me haces creer que puedo ser otra persona.
—Y tú me haces sentir protegida…, como si estuviera amaneciendo por primera vez.
Se besaron suavemente, un beso que habló con delicadeza y profundi