El amanecer llegó lento sobre Milán, bañando los edificios con una claridad tenue que apenas rozaba las persianas del hospital. Rose no había dormido en toda la noche. Sentada junto a la cama de Alessandro, lo observaba respirar con ese ritmo suave que tanto la tranquilizaba. Su mano seguía entre las suyas, como si soltarla significara perderlo para siempre.
Alessandro dormía, pero su rostro mostraba una calma fingida. En su mente, el diagnóstico se repetía como un eco imposible de acallar: tumor cerebral. Las palabras del médico se habían grabado con la frialdad de un sello sobre su alma.
> —Necesitaremos iniciar quimioterapia lo antes posible, señor Vescari. Es un proceso delicado, pero aún hay esperanza.
Esperanza.
Una palabra que, en su boca, sonaba casi como un susurro lejano.
Cuando abrió los ojos, la vio allí. Rose, con el cabello suelto y los ojos enrojecidos, lo miraba como si él fuera lo único real en ese cuarto lleno de aparatos. Alessandro intentó sonreír, pero la so