El viñedo despertaba con un murmullo suave de hojas mecidas por la brisa matutina, y el aroma de tierra húmeda mezclado con la dulzura de las uvas maduras llenaba el aire. Rose ajustaba los planos sobre la mesa portátil, repasando cada línea y cada trazo con la precisión que la había convertido en arquitecta. Sus dedos trazaban mentalmente cada sendero, cada curva, cada detalle de la propuesta de rediseño, mientras su corazón insistía en distraerla con pensamientos de Alessandro.
—Rose, ¿puedo revisar contigo algunos detalles? —la voz de Lorenzo cortó la tranquilidad de la mañana.
Ella levantó la vista y lo encontró parado a su lado, los brazos cruzados sobre el pecho, su expresión serena pero curiosa. Lorenzo era su jefe en el proyecto, el responsable de que cada modificación cumpliera con los estándares del viñedo, pero había algo en la manera en que la miraba que hacía que Rose sintiera un calor inexplicable en el pecho.
—Claro —dijo, intentando mantener la voz firme—. Estaba justo