Mundo ficciónIniciar sesiónCatalina Praga, una joven huérfana, ha vivido un infierno bajo el cruel cuidado de su tío, su único pariente vivo. Cuando Catalina cumple dieciocho años, su tío, en un acto de despiadada indiferencia, la abandona en las calles, desamparada y a merced de la dura realidad. Catalina lucha por sobrevivir, encontrando finalmente un refugio precario. Sin embargo, la maldad de su tío no conoce límites. Decide venderla a una peligrosa mafia, sumiéndola en un destino aún más sombrío. Pero el destino, voluble y a veces benevolente, interviene. Francesco Vannucci, un mafioso de corazón noble oculto tras una fachada ruda, se cruza en el camino de Catalina. Este hombre, curtido en mil batallas y respetado en los bajos fondos, la rescata de su terrible destino, casándose con ella para protegerla. Lo que comienza como un acto de compasión, se transforma gradualmente en un amor profundo y apasionado. Sin embargo, la mafia del tío de Catalina, tan poderosa como la de Francesco, no está dispuesta a renunciar a su presa. Las dos organizaciones criminales, con sus propios rivales y secretos, se enfrentan en una guerra silenciosa, donde el amor de Catalina y Francesco se convierte en un campo minado de batalla. Catalina y Francesco deberán luchar contra las adversidades y proteger su amor.
Leer másFrancesco se había movido cielo y tierra, empleando toda su influencia y recursos, para asegurar que Roger no fuera condenado por el delito de complicidad.Su persistencia dio resultado, logrando que la estancia de Roger en prisión se limitara a unas pocas semanas, el tiempo justo para que la ley hiciera su mínima labor sin destrozar su vida por completo.Esta breve detención, aunque un golpe a su reputación, fue vista por Francesco como una victoria agridulce, un mal menor que evitaba un destino mucho más sombrío para su amigo.Una vez que recobró su libertad, Roger no perdió ni un instante. Cada día que pasaba en la calle era un día más para demostrarle a Lucía la profundidad de su cambio.Se dedicó a cortejarla con una persistencia admirable, demostrando con cada gesto, cada palabra y cada acción que su arrepentimiento era genuino y que sus sentimientos hacia ella eran profundos y sinceros.Le enviaba flores, le escribía cartas donde volcaba su corazón, la esperaba fuera de su trab
—¡Los abuelos están por llegar! ¡Tenemos hambre! —gritaban sus dos pequeños terremotos, sus voces resonando por la casa con la energía inagotable de los niños.—Date un baño, amor. Yo atenderé a nuestros pequeños —se ofreció Francesco, saliendo de la cama con una rapidez sorprendente y acudiendo de inmediato al llamado de sus gemelos.—Giovanni, Camila, ¿por qué gritan tanto? —preguntó Francesco, un poco avergonzado, al reunirse con sus pequeños en la sala.—No tenemos la culpa, papá. Mamá y tú gritaron primero —respondió Camila, con una inocencia desarmante que hizo que el rostro de Francesco se pusiera rojo al instante.—¿Qué? —articuló Francesco, sin poder creer lo que escuchaba.—Mamá gritó: ¡Francesco! —explicó la pequeña de seis años, con una seriedad que casi lo hacía reír—. Y pensamos que pronto nos gritaría a nosotros para comer, pero no fue así…—Sí, y luego te dijo: ¡Por favor! —agregó Giovanni, el hermano gemelo, con una curiosidad completamente inocente—. ¿Qué le hacías a
Catalina abrió los ojos, ahora nublados por la pasión más intensa. Dejó escapar un suspiro profundo y tembloroso mientras Francesco la invadía con una lentitud exquisita, sin prisa, pero con una firmeza que la llenaba por completo.Cada centímetro que él avanzaba era una ola de placer que la sumergía más y más en un abismo de sensaciones.El gemido que abandonó sus labios fue abrumador, un sonido cargado de una emoción profunda que resonó en la habitación.Era la expresión silenciosa, la confesión sin palabras, de todo lo que estaban sintiendo en ese momento: una mezcla arrolladora de placer, conexión y la culminación de un amor que había superado cada obstáculo.Francesco se hundió, con un gemido de placer, en el cuerpo de Catalina, un movimiento que lo ancló profundamente a ella, sintiendo cada milímetro de unión.En una respuesta instintiva, casi felina, ella lo atrapó por la cintura con sus largas y esbeltas piernas, envolviéndolo por completo y sellando la conexión entre ambos.S
Un gemido profundo y lleno de puro placer abandonó los labios entreabiertos de la mujer, un sonido apenas audible que escapó de lo más íntimo de su ser.Su cuerpo se arqueaba ligeramente, respondiendo a la exquisitez de la sensación, mientras sentía cómo su clítoris era deliciosamente atormentado por la lengua húmeda, cálida y experta de su marido.Cada roce, cada lamida, cada suave succión enviaba una descarga eléctrica que se propagaba desde el epicentro de su deseo, extendiéndose por cada fibra de su ser, encendiendo su piel y acelerando su pulso hasta un ritmo frenético.La respiración se le cortaba, y un calor intenso la invadía, disolviendo cualquier pensamiento que no fuera la embriagadora ola de sensaciones que la arrastraba hacia el abismo del éxtasis, a merced de su amante.Catalina apretó las sábanas entre sus manos hasta formar dos puños, los nudillos blancos por la fuerza. Se mordió el labio inferior con tal intensidad que casi sintió el gusto a hierro, todo para no gemir
Francesco asintió, su rostro pálido y la frente perlada de sudor; realmente se sentía de la patada y no tenía fuerzas ni para discutir con su esposa.La idea de una cama y un poco de paz era mucho más atractiva que cualquier argumento. Así que, dos horas después, se encontraban sentados en la sala de espera del consultorio médico, con una tensión inmensa en el entorno mientras aguardaban los resultados de los exámenes que el doctor le había solicitado con urgencia.La incertidumbre se cernía sobre ellos, grande y pesada.—No creo que esté enfermo, Cata, de verdad —alegó Francesco, su voz un poco débil, mientras intentaba convencer a su esposa y, quizás, a sí mismo—. Estos malestares, estas náuseas, solamente me dan por las mañanas. Es raro, ¿no crees? Quizá sea solo estrés o algo que me cae mal al despertar.—No me discutas, Francesco. Por favor —respondió Catalina, su tono firme y sin espacio para argumentos. La preocupación era evidente en sus ojos, pero se mantenía decidida—. De to
Catalina, mientras abrazaba a su familia en el hospital, sintió una certeza fría y clara: la pieza que faltaba para cerrar aquel doloroso episodio en sus vidas era su propio padre, Tobías Praga. Él era el origen de todo este calvario, el arquitecto de su sufrimiento.Fue él quien, en un acto de traición inimaginable, había vendido a su madre años atrás, sumiéndolas en una vida de incertidumbre y dolor. Y luego, con la misma crueldad despiadada, había intentado hacer lo mismo con ella.Catalina, con el corazón endurecido por tanto daño, esperaba de verdad que su padre pagara con prisión, una larga y justa condena.Para ella, la muerte sería un regalo, un escape demasiado fácil para un hombre que merecía un castigo prolongado por cada herida que había causado y por cada vida que había destruido. La justicia, esta vez, debía ser lenta y dolorosa, acorde a la magnitud de sus crímenes.Y el anhelo de Catalina se convirtió en realidad una semana más tarde. Su padre, Tobías Praga, fue finalm
Último capítulo