Catalina Praga, una joven huérfana, ha vivido un infierno bajo el cruel cuidado de su tío, su único pariente vivo. Cuando Catalina cumple dieciocho años, su tío, en un acto de despiadada indiferencia, la abandona en las calles, desamparada y a merced de la dura realidad. Catalina lucha por sobrevivir, encontrando finalmente un refugio precario. Sin embargo, la maldad de su tío no conoce límites. Decide venderla a una peligrosa mafia, sumiéndola en un destino aún más sombrío. Pero el destino, voluble y a veces benevolente, interviene. Francesco Vannucci, un mafioso de corazón noble oculto tras una fachada ruda, se cruza en el camino de Catalina. Este hombre, curtido en mil batallas y respetado en los bajos fondos, la rescata de su terrible destino, casándose con ella para protegerla. Lo que comienza como un acto de compasión, se transforma gradualmente en un amor profundo y apasionado. Sin embargo, la mafia del tío de Catalina, tan poderosa como la de Francesco, no está dispuesta a renunciar a su presa. Las dos organizaciones criminales, con sus propios rivales y secretos, se enfrentan en una guerra silenciosa, donde el amor de Catalina y Francesco se convierte en un campo minado de batalla. Catalina y Francesco deberán luchar contra las adversidades y proteger su amor.
Leer másTobías.
—Ya es hora, Marta —espeté con desdén. —Catalina cumple 18 años. Basta ya de esta farsa. Que empaque sus cosas y se vaya. No necesitamos parásitos aquí.
Marta me miró con incredulidad, como si no pudiera creer lo que estaba oyendo.
—¿Cómo puedes decir eso, Tobías? ¡Es nuestra sobrina y la quiero como a una hija!
Solté una risa fría, como si nada me importara.
—¿Nuestra sobrina, dices? No me hagas reír. Es una carga, una molestia. Además, ya es mayor, que se busque la vida.
Su rostro se enrojeció de rabia.
—¡Eres un monstruo! ¿Cómo pude casarme contigo?
Me acerqué a ella sonriendo con burla.
—¿No lo recuerdas? Eras una simple cantinera, una inmigrante sin futuro. Yo te saqué de la miseria, te di un apellido, una vida. Deberías estar agradecida.
—¡Te odio! Eres un ser despreciable —respondió Marta aterrorizada.
—El odio es un sentimiento y tú no tienes derecho a sentir nada. Ahora haz lo que te dije. Empaca sus cosas y desaparece de mi vista.
Me di la vuelta y le di la espalda a su dolor. Caminé hacia mi estudio, mi santuario, donde se entrelazan los negocios turbios y los secretos oscuros.
No me importan su sufrimiento ni el de Catalina. Para mí, son solo peones en mi retorcido juego, piezas desechables en mi tablero de poder.
El estudio, con su penumbra y el aroma a cuero viejo, siempre había sido mi refugio. Pero hoy, las sombras parecían danzar con los fantasmas del pasado, recordándome a Mónica la madre de Catalina. Su sonrisa, su cabello oscuro, la forma en que me miraba... todo se desvaneció cuando eligió a Marcelo.
Mi hermano, mi propia sangre, me arrebató lo único que realmente había amado. Y Catalina, esa niña que nunca debió nacer, es el recordatorio constante de su traición.
Cada vez que la veo, veo los ojos de Marcelo, la sonrisa de Mónica, la burla de su amorío. Es una afrenta a mi honor, una mancha en mi legado. Por eso debe irse. No quiero tenerla cerca, ni verla ni recordarla. Ella es el fantasma de una traición que jamás perdonaré.
«Te odio, Catalina», espeté entre dientes, mientras se oía mi voz en el silencio del estudio.
—Eres la viva imagen de la traición de tu madre. Eres un recordatorio constante de su desprecio y de cómo se entregó a Marcelo. Debería haberte dejado en ese maldito orfanato, que te pudrieras entre la mugre y el abandono. Pero no, Marta insistió en criarte, en darte mi apellido, en ensuciar mi linaje con tu presencia. ¡Maldita seas! Cada vez que te veo, siento cómo me recorre el veneno de la humillación. Eres la prueba fehaciente de que el amor es una farsa, una debilidad que solo trae desgracias. Y tú, Catalina, eres la encarnación de esa desgracia.
Marta.
—Catalina...
Sentí que se me quebraba la voz al abrazarla con fuerza, mientras las lágrimas empañaban mi visión. Sentí su calidez y su inocencia, y un dolor punzante me atravesó el pecho.
—¿Qué pasa, tía? ¿Por qué lloras? —preguntó Catalina preocupada.
No pude contenerme por más tiempo.
—Tu... Tu tío... —logré decir entre sollozos.
Catalina frunció el ceño y su expresión se endureció.
—¿Tobías? ¿Qué te hizo ese monstruo?
—Te... —balbuceé. —Quiere que me vaya muy lejos, Catalina. Dice que ya no te quiere aquí, que eres una carga.
—¡No lo soporto más! —exclamó Catalina, con la rabia brillando en sus ojos. —¡Vámonos de aquí, tía Marta! Tengo 18 años, podemos empezar de nuevo.
Negué con la cabeza, sin dejar de llorar.
—No puedo, mi niña. Él tiene mis documentos y me tiene atrapada. Y me amenaza con hacerle daño a mi familia en México, especialmente a mi hijo.
Catalina me miró con incredulidad y su rostro reflejaba el mismo terror que yo sentía.
—¿Cómo puede ser tan cruel?
—Él es capaz de cualquier cosa. No puedo arriesgarme. No puedo perder a mi hijo otra vez.
La abracé con fuerza, aferrándome a su calor como si fuera mi salvación. Pero sabía que no había escapatoria. Tobías nos tenía atrapadas y el miedo era una cárcel invisible que nos mantenía prisioneras.
Sabía que Tobías no jugaba. Conocía muy bien su crueldad, esa frialdad que le recorría las venas y que le permitía deshacerse de la gente como si fueran objetos inservibles.
Me parte el alma ver cómo quiere deshacerse de Catalina, esa pobre huérfana que no tiene a sus padres con vida. Ni siquiera se apiada de su propia sangre, de su sobrina.
Para él, Catalina es solo un recordatorio de un pasado que lo atormenta, un fantasma que quiere desterrar de su vida. Y yo, atrapada en esta jaula de oro, soy testigo de su maldad y crueldad, sin poder hacer nada al respecto.
Francesco se había movido cielo y tierra, empleando toda su influencia y recursos, para asegurar que Roger no fuera condenado por el delito de complicidad.Su persistencia dio resultado, logrando que la estancia de Roger en prisión se limitara a unas pocas semanas, el tiempo justo para que la ley hiciera su mínima labor sin destrozar su vida por completo.Esta breve detención, aunque un golpe a su reputación, fue vista por Francesco como una victoria agridulce, un mal menor que evitaba un destino mucho más sombrío para su amigo.Una vez que recobró su libertad, Roger no perdió ni un instante. Cada día que pasaba en la calle era un día más para demostrarle a Lucía la profundidad de su cambio.Se dedicó a cortejarla con una persistencia admirable, demostrando con cada gesto, cada palabra y cada acción que su arrepentimiento era genuino y que sus sentimientos hacia ella eran profundos y sinceros.Le enviaba flores, le escribía cartas donde volcaba su corazón, la esperaba fuera de su trab
—¡Los abuelos están por llegar! ¡Tenemos hambre! —gritaban sus dos pequeños terremotos, sus voces resonando por la casa con la energía inagotable de los niños.—Date un baño, amor. Yo atenderé a nuestros pequeños —se ofreció Francesco, saliendo de la cama con una rapidez sorprendente y acudiendo de inmediato al llamado de sus gemelos.—Giovanni, Camila, ¿por qué gritan tanto? —preguntó Francesco, un poco avergonzado, al reunirse con sus pequeños en la sala.—No tenemos la culpa, papá. Mamá y tú gritaron primero —respondió Camila, con una inocencia desarmante que hizo que el rostro de Francesco se pusiera rojo al instante.—¿Qué? —articuló Francesco, sin poder creer lo que escuchaba.—Mamá gritó: ¡Francesco! —explicó la pequeña de seis años, con una seriedad que casi lo hacía reír—. Y pensamos que pronto nos gritaría a nosotros para comer, pero no fue así…—Sí, y luego te dijo: ¡Por favor! —agregó Giovanni, el hermano gemelo, con una curiosidad completamente inocente—. ¿Qué le hacías a
Catalina abrió los ojos, ahora nublados por la pasión más intensa. Dejó escapar un suspiro profundo y tembloroso mientras Francesco la invadía con una lentitud exquisita, sin prisa, pero con una firmeza que la llenaba por completo.Cada centímetro que él avanzaba era una ola de placer que la sumergía más y más en un abismo de sensaciones.El gemido que abandonó sus labios fue abrumador, un sonido cargado de una emoción profunda que resonó en la habitación.Era la expresión silenciosa, la confesión sin palabras, de todo lo que estaban sintiendo en ese momento: una mezcla arrolladora de placer, conexión y la culminación de un amor que había superado cada obstáculo.Francesco se hundió, con un gemido de placer, en el cuerpo de Catalina, un movimiento que lo ancló profundamente a ella, sintiendo cada milímetro de unión.En una respuesta instintiva, casi felina, ella lo atrapó por la cintura con sus largas y esbeltas piernas, envolviéndolo por completo y sellando la conexión entre ambos.S
Un gemido profundo y lleno de puro placer abandonó los labios entreabiertos de la mujer, un sonido apenas audible que escapó de lo más íntimo de su ser.Su cuerpo se arqueaba ligeramente, respondiendo a la exquisitez de la sensación, mientras sentía cómo su clítoris era deliciosamente atormentado por la lengua húmeda, cálida y experta de su marido.Cada roce, cada lamida, cada suave succión enviaba una descarga eléctrica que se propagaba desde el epicentro de su deseo, extendiéndose por cada fibra de su ser, encendiendo su piel y acelerando su pulso hasta un ritmo frenético.La respiración se le cortaba, y un calor intenso la invadía, disolviendo cualquier pensamiento que no fuera la embriagadora ola de sensaciones que la arrastraba hacia el abismo del éxtasis, a merced de su amante.Catalina apretó las sábanas entre sus manos hasta formar dos puños, los nudillos blancos por la fuerza. Se mordió el labio inferior con tal intensidad que casi sintió el gusto a hierro, todo para no gemir
Francesco asintió, su rostro pálido y la frente perlada de sudor; realmente se sentía de la patada y no tenía fuerzas ni para discutir con su esposa.La idea de una cama y un poco de paz era mucho más atractiva que cualquier argumento. Así que, dos horas después, se encontraban sentados en la sala de espera del consultorio médico, con una tensión inmensa en el entorno mientras aguardaban los resultados de los exámenes que el doctor le había solicitado con urgencia.La incertidumbre se cernía sobre ellos, grande y pesada.—No creo que esté enfermo, Cata, de verdad —alegó Francesco, su voz un poco débil, mientras intentaba convencer a su esposa y, quizás, a sí mismo—. Estos malestares, estas náuseas, solamente me dan por las mañanas. Es raro, ¿no crees? Quizá sea solo estrés o algo que me cae mal al despertar.—No me discutas, Francesco. Por favor —respondió Catalina, su tono firme y sin espacio para argumentos. La preocupación era evidente en sus ojos, pero se mantenía decidida—. De to
Catalina, mientras abrazaba a su familia en el hospital, sintió una certeza fría y clara: la pieza que faltaba para cerrar aquel doloroso episodio en sus vidas era su propio padre, Tobías Praga. Él era el origen de todo este calvario, el arquitecto de su sufrimiento.Fue él quien, en un acto de traición inimaginable, había vendido a su madre años atrás, sumiéndolas en una vida de incertidumbre y dolor. Y luego, con la misma crueldad despiadada, había intentado hacer lo mismo con ella.Catalina, con el corazón endurecido por tanto daño, esperaba de verdad que su padre pagara con prisión, una larga y justa condena.Para ella, la muerte sería un regalo, un escape demasiado fácil para un hombre que merecía un castigo prolongado por cada herida que había causado y por cada vida que había destruido. La justicia, esta vez, debía ser lenta y dolorosa, acorde a la magnitud de sus crímenes.Y el anhelo de Catalina se convirtió en realidad una semana más tarde. Su padre, Tobías Praga, fue finalm
Último capítulo