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Capítulo 7. Vendida, ¿a quién?

La mujer me observó con una curiosidad casi científica, pero su mirada cambió al instante. La maldad se esfumó y dejó paso a una diversión cruel y escalofriante.

—¿No es más que obvio el motivo por el que te han vendido? —respondió, y la sonrisa que se dibujó en sus labios me heló el alma.

—¿Vendida? —pregunté, la palabra apenas un susurro incrédulo.

Mi mente se negaba a procesar el significado de esa horrible palabra. «Vendida, vendida», repetía mi conciencia, haciéndose eco del horror que comenzaba a invadirme.

—¿Qué le hiciste a un hombre como Tobías Praga para que te tratara como a una prostituta? —continuó la mujer, su voz cargada de falsa curiosidad. —Debió de ser algo terrible.

Sin darme tiempo a reaccionar, prosiguió:

—¿Le has robado? ¿Eres su amante y le has sido infiel? No es asunto mío.

Las palabras de la mujer apenas llegaban a mi cerebro. Solo una idea martilleaba mi cabeza: mi tío me había traicionado. Me había vendido como si fuera un objeto, un animal sin valor. La traición me atravesó como un puñal.

—Veo que estás pensando en tus acciones. Lamentablemente, para ti, lo que le hayas hecho no tiene importancia para mí.

Su tono volvió a ser frío y calculador.

—¿Sigues siendo virgen?

La pregunta me golpeó como una bofetada, despertándome de mi shock con una punzada de terror.

Alcé la mirada y me obligué a encontrarme con esos ojos fríos y calculadores de la serpiente que tenía delante.

—¿Qué? —pregunté, sintiendo cómo la confusión nublaba mi mente.

No había alcanzado a escuchar la pregunta anterior, o quizá mi cerebro se negaba a procesarla.

—¿Eres una mujer virgen? —repitió, y ahora la pregunta era clara y brutal.

—¡Qué te importa!

Grité, sintiendo cómo la vergüenza y la rabia teñían de rojo mis mejillas. Pero en mi reacción, en mi indignación, le había dado la respuesta que buscaba.

—Eso es maravilloso —dijo, y su sonrisa se ensanchó, revelando una crueldad triunfante. —Al menos, saldremos ganando varios milloncitos. Los hombres son... ¿Cómo te lo puedo explicar? Aprecian la virginidad de una mujer y son capaces de pagar fortunas por obtener ese preciado tesoro. Y si a eso le sumamos el hecho de que eres bella...

Su voz adquirió un tono lascivo que me revolvió el estómago. La comprensión me golpeó como un mazazo.

No solo me había vendido, sino que también me había utilizado. Para convertirme en una mercancía, en un objeto de deseo, me despojó de toda dignidad. El horror me paralizó.

La mujer dejó sus palabras flotando en el aire, como un presagio oscuro, mientras un escalofrío de terror me recorría de punta a punta.

—Date un baño y vístete. No tenemos mucho tiempo —dijo, lanzando un vestido negro a los pies de la estrecha cama. El vestido cayó con un golpe sordo, como el sonido de mi propia sentencia.

—No tengo ni idea de por qué estoy aquí, no le he hecho nada —susurré, casi sin darme cuenta, mientras escapaba la súplica de mis labios.

—Pues no me importa el motivo, me importa lo que pueda ganar contigo. Date prisa y será mejor que cooperes. La subasta está a punto de empezar y habrá muchos hombres deseosos de poner sus manos sobre tu preciado tesoro.

Cerré los ojos con fuerza al escuchar esas últimas palabras, que se clavaron en mi mente como astillas de hielo. No fui consciente de cuándo salió la mujer de la habitación hasta que la puerta se cerró con un clic que resonó como el fin del mundo.

«¡Vendida!» «¡Vendida!»

Gruesas lágrimas resbalaron por mis mejillas al abrirse paso entre mis párpados cerrados. Me había vendido mi tío. Me había vendido para convertirme en una prostituta. La traición era una puñalada fría y profunda en el alma.

—¡Ya voy! —respondí con voz apenas audible, mientras intentaba controlar el temblor de sus manos.

La puerta se abrió de golpe y apareció una mujer alta y delgada, con un rostro duro y unos ojos fríos.

—Más te vale que estés lista —dijo la mujer, tomándome del brazo con fuerza. —No tenemos tiempo para tus dramas.

—Por favor... —le supliqué, pero la mujer me interrumpió.

—Ni una palabra más. Camina.

La mujer me arrastró por el pasillo y mis pies descalzos rozaban el suelo frío. El sonido de la multitud se hacía cada vez más fuerte, un murmullo ansioso y expectante que me provocaba pánico.

—¿Qué va a pasar? —pregunté.

—Lo que tenga que pasar —respondió la mujer con una sonrisa cruel. —Ahora cállate.

El aire estaba cargado de tensión, reinaba un silencio denso y opresor. Sentí cómo me empujaban al escenario, con el rostro pálido y los ojos llenos de lágrimas.

La luz brillante me cegó por un momento y sentí el peso de las miradas sobre mí, como si estuviera en exhibición.

Un escalofrío me recorrió el cuerpo al ver a los hombres sentados en las primeras filas, con los ojos brillantes por un deseo y una codicia mezclados. Sabía que mi vida estaba a punto de cambiar para siempre y el miedo me paralizó.

Cada paso que daba hacia el centro del escenario se me hacía eterno. Temblaban mis piernas y sentía mi corazón latiendo con fuerza en mi pecho. Intenté tragar saliva, pero tenía la garganta seca y apretada. Notaba el sudor frío recorrerme la espalda y tenía las manos heladas.

Los murmullos de la multitud me resultaban ensordecedores. Podía sentir sus ojos clavados en mí, juzgándome y poseyéndome con la mirada. Me sentí desnuda, vulnerable y expuesta a la peor de las humillaciones.

En ese momento, solo deseaba desaparecer, que la tierra me tragara y me liberara de esta pesadilla. Pero sabía que no había escapatoria. Mi destino estaba sellado y solo podía esperar lo peor.

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