Inicio / MM Romance / Liberada por el Mafioso / Capítulo 8. Atmósfera repúgnate.
Capítulo 8. Atmósfera repúgnate.

—¿Todo en orden, Vito?

—Sí, señor.

—Bien. Vámonos entonces.

Francesco murmuró, girando el tallo de su copa de cristal. El ámbar líquido danzaba, atrapando la luz.

«Praga... Esa sabandija miserable cree que puede moverse en mi tablero sin que yo lo note». Pensó, y sus ojos se entrecerraron; el brillo jovial se había reducido a un frío fulgor.

—Ya se acerca la subasta, señor —dijo Vito.

—Una subasta, qué jugada tan... predecible. Como si no supiera que esa alimaña de Tobías Praga, ambiciona más que solo mis negocios. Intentó borrarme del mapa, y ahora pretende pavonearse con mis rubíes. No, no, esto no quedará así. Prepara el coche, Vito. Tenemos un evento al que asistir.

La invitación de Yelena ardía en su bolsillo como una brasa. El club, epicentro de las operaciones turbias de Praga, lo llamaba.

Francesco sonrió con amargura. Claro que sabía el avispero en el que se metía; la mafia romana no era precisamente conocida por su hospitalidad.

Pero la idea de que Praga lo viera acobardarse, retroceder ante el peligro, era insoportable. Su orgullo, su reputación, valían el riesgo. Esta era su partida, su manera de gritarle a ese miserable que no le temía a nada ni a nadie.

El rugido del motor de su elegante coche resonó de forma incongruente entre las calles sombrías y los edificios en ruinas.

Treinta minutos bastaron para sumergirlos en el corazón de una Roma oscura, donde la ley parecía un eco lejano. Francesco observó el entorno con una mueca de disgusto, pero sin sorpresa.

Era lógico que un negocio tan repugnante como la trata de blancas floreciera en este caldo de cultivo de desesperación y abandono.

La ausencia policial era lógica, un tácito permiso para que la vileza echara raíces profundas. Solo una redada contundente, una certeza de éxito, se atrevería a perturbar la paz precaria de este submundo.

—Señor, llegamos —anunció Vito, deteniendo el coche.

Francesco asintió, su mirada ya fija en la fachada lúgubre del club.

—Espera, no demoro —mintió con una tranquilidad ensayada. En realidad, la incertidumbre le revolvía el estómago.

Nunca había pisado un lugar como aquel, un hervidero de secretos y peligros. No tenía idea de cuánto tiempo demandaría este juego de sombras, pero necesitaba la lealtad silenciosa de Vito esperándolo afuera, un ancla en ese mar de dudas.

El aire denso y cargado de la calle lo golpeó al salir del coche. Aspiró profundamente, tratando de ordenar las ideas y aplacar la punzada de aprensión que le recorría la espalda.

Ajustó el portafolios bajo el brazo, sintiendo el frío cuero como un ancla de determinación. Con paso firme, aunque por dentro la cautela lo tensaba, Francesco se dirigió hacia las fauces oscuras de la entrada.

La riqueza, reflexionó Francesco con un deje de cinismo, poseía su propio idioma, uno que se entendía de inmediato, incluso en los confines más sombríos.

Su presencia, la calidad de su traje, el brillo discreto de sus accesorios, todo hablaba de una solvencia que no podía ser ignorada.

Y así fue. Bastó una fugaz ojeada al interior de su portafolios para que el hombre corpulento de la entrada se apartara con una reverencia y llamara de inmediato a un anfitrión para que lo escoltara.

Se allanaba el camino hacia el corazón de la operación de Praga, allanado con el innegable brillo del dinero.

Una oleada de rabia recorrió a Francesco. No era la opulencia decadente del lugar lo que lo enfurecía, sino la nauseabunda verdad que se ocultaba tras ese brillo falso: un lujoso prostíbulo construido sobre la miseria y el terror.

El secuestro, la compra despiadada de la inocencia, la brutal cosificación de mujeres jóvenes... Le subió la bilis a la garganta.

Esos despreciables parásitos no solo traficaban con piedras preciosas, sino también con vidas humanas, arrancándoles su pureza para venderlas al mejor postor. La magnitud de su vileza lo dejó sin aliento; un odio visceral se encendió en su interior.

El desfile de mujeres jóvenes sobre el improvisado escenario resultó escalofriante. Sus movimientos torpes, sus ojos vidriosos y la palidez de sus rostros revelaban la existencia de un yugo invisible.

Era evidente que alguna sustancia las mantenía en un estado de sumisión química, diseñado para anular cualquier resistencia y voluntad propia. La crueldad metódica de sus captores se manifestaba en cada mirada vacía, en cada paso inseguro.

Francesco desvió la vista, incapaz de soportar por más tiempo esa exhibición de crueldad. La voz engolada del subastador resonó en el salón detallando con cinismo el «valor» de cada una de esas vidas destrozadas.

—Superfluo —murmuró, escupiendo la palabra con desprecio. Todo ese ritual, esa puesta en escena grotesca, era una obscenidad innecesaria, una capa de barniz sobre la brutalidad pura.

La redundancia en la explicación del subastador era casi un insulto a la inteligencia de los presentes, una admisión tácita de la bajeza que los unía.

Todos los hombres presentes sabían perfectamente cuál era el propósito de esa reunión y qué se iba a ofrecer. La sonrisa lasciva del anfitrión al presentar el catálogo fue la guinda de esa atmósfera repugnante.

Francesco clavó la mirada en el folleto brillante y sintió un escalofrío de repulsión.

—¿Señor? —preguntó el anfitrión al notar su inmovilidad.

Con un movimiento lento y forzado, Francesco respondió:

—Sí, sí... solo estoy examinando la mercancía.

Abrió el catálogo y recorrió las fotografías con una mezcla de asco y determinación fría.

Sigue leyendo este libro gratis
Escanea el código para descargar la APP
Explora y lee buenas novelas sin costo
Miles de novelas gratis en BueNovela. ¡Descarga y lee en cualquier momento!
Lee libros gratis en la app
Escanea el código para leer en la APP