La niebla caía densa sobre el Valle de los Ecos. Donde antes el viento traía aromas de fuego y guerra, ahora solo quedaba silencio. O eso parecía. Porque en la bruma... una voz persistía.
Kael caminaba solo entre los altos pinos, cada paso dejando huella en la humedad del suelo. Habían pasado siete lunas desde la partida de Serena, y aunque los clanes comenzaban a reconstruir bajo el mandato provisional de Elandra, él seguía vacío, como si cada rincón de su alma hubiera sido hollado por el sacrificio de ella. La luna llena ya no traía calma. Ahora, solo recordaba.
En sus sueños, la escuchaba. No como antes. No como una amante, ni una reina, sino como un susurro antiguo, profundo, que retumbaba con el eco del universo mismo:
—No olvides quién eres.
Ese mensaje lo perseguía. Lo repetía el agua al correr. El viento al rozar los árboles. Incluso el fuego de su habitación parecía arder con una cadencia extraña, como si su chispa respondiera a un corazón lejano, uno que ya no latía en este