El amanecer se filtraba débilmente a través de los vitrales del Templo del Recuerdo, donde el silencio era tan espeso como la niebla de las colinas del Exilio. Kael se encontraba de pie frente al altar central, donde antiguamente se consagraban los lazos de sangre. Su respiración era medida, pero su alma... una tormenta.
Desde su encuentro con la figura en la niebla, no dormía con tranquilidad. Las visiones eran más intensas, más reales. Ya no solo sentía la voz de Serena como un eco en su mente; ahora la veía, aunque fuese fugazmente, al reflejarse en la superficie del agua, o en la llama vacilante de una vela.
Elandra lo observaba desde la entrada. Había envejecido en apenas semanas, como si la carga de la transición entre eras consumiera su esencia. Sin embargo, en sus ojos aún había fuerza.
—El Consejo se reunirá esta noche —dijo—. Los clanes quieren saber si esto es un nuevo despertar... o el preludio de la ruina.
Kael asintió sin apartar la vista del altar.
—Serena no se ha ido.