LAURENTH
Un golpeteo extraño me hizo abrir los ojos. Después de despertar en medio de la noche sintiéndome libre, me había vuelto a acostar… y dormí como hace mucho no dormía: profundamente, en paz.
Me levanté despacio y fui hasta la puerta.
Y allí estaba.
Lyra.
Con los pies sucios, el vestido arrugado, y un ramo de margaritas en la mano.
—Te encontré —dijo con una sonrisa temblorosa.
—¡Lyra! —exclamé, corriendo hacia ella—. ¿Qué estás haciendo aquí? ¿Estás bien?
La tomé en brazos, con el corazón acelerado. Ella se acurrucó contra mí, como si ese fuera su hogar.
—Soñé contigo —susurró—. Y no quería esperar que papá me trajera, necesitaba ver si estabas bien, en mi sueño llorabas mucho.
Me quedé en silencio, abrazándola con fuerza. Ahora la necesidad de protegerla se hacía más intensa, casi visceral. No sabía cómo explicarlo.
Y entonces… lo sentí.
Una energía arrolladora, poderosa, corriendo a través del bosque como una tormenta.
Mis ojos se alzaron justo cuando el padre de Lyra emergió de entre los árboles, jadeando, con los ojos encendidos.
Y nuestras miradas se encontraron.
Un estremecimiento me sacudió. Algo se encendió en mi pecho. No como una marca. No como un recuerdo. Como una conexión.
Alya se erizó y se puso de pie.
«Compañero.»Los ojos de él se tiñeron de dorado, como brasas vivas, y pude escuchar su susurro ronco.
—Compañera…No. No podía ser. Acababa de salir de un vínculo. ¿Por qué la diosa me castigaba de esta manera? Apenas acababa de ser libre. No quería otro macho que me rompiera en mil pedazos.
Lyra se giró en mis brazos, ajena al cambio en el aire, y sonrió.
—¿Papá? —dijo suavemente—. ¿Puedo quedarme un ratito más con Lau?Él no respondió de inmediato. Sus ojos seguían fijos en mí. Y yo… no podía apartar los míos de él.
Mi respiración se volvió pesada. El mundo se volvió más brillante. El aire… más denso.
Y en ese instante, el vínculo apareció, intenso, mucho más que con Rhyd.
Lo sentí estallar dentro de mí. Un torrente de calor, de vértigo y pertenencia. No era como con Rhydan. No era posesivo. Era más intenso. Más fuerte. Algo que nacía de lo más profundo de mi ser… y encontraba su reflejo perfecto en él.
Él jadeó. Dio un paso hacia adelante.
—Tú… —susurró con la voz ronca—. Eres…—No —dije en un murmullo apenas audible—. No lo digas.
Pero sí lo era.
Lo sentía en mi piel. En mis huesos. En Alya.
Él era mi compañero. Mi segunda oportunidad.El mundo se detuvo. Todo. Absolutamente todo. No escuchaba el canto de los pájaros, ni el susurro del viento, ni el crujido de las hojas bajo sus botas mientras se acercaba.
Solo el ritmo de mi propio corazón.
Y el suyo.Porque lo sentía en mi alma.
Él se detuvo a dos pasos de mí. Lyra, aún en mis brazos, jugaba con una flor sin notar el temblor de mis manos.
Él me miraba como si hubiera pasado toda su vida buscándome sin saberlo.
Y yo… no podía respirar.
Porque algo dentro de mí me gritaba que ese hombre, ese extraño con mirada dorada intensa y aire de lobo herido… me pertenecía, y que su cachorra también.
Pero no podía ser.
No otra vez. No tan pronto. Me obligué a hablar. A romper el hechizo.—Llegó por su hija —dije con voz suave, casi temerosa de escucharlo responder—. Está bien… solo vino a traerme flores.
Él no respondió. Solo me miró. Y el vínculo volvió a pulsar entre nosotros. Silencioso. Poderoso.
Mi piel se erizó.
Alya aulló por dentro, no de miedo… sino de reconocimiento.—Me asusté, desperté y no estaba —susurró él al fin, con la voz grave, cargada de algo que no entendía—. Y vine por ella. Pero…
Sus ojos bajaron a mis labios.
Y luego regresaron a mis ojos.—…no sabía que también te estaba buscando a ti. No nos habíamos presentado correctamente. Soy Kaelan, el padre de Lyra.
Tragué saliva. Reconocí la voz. Era la voz que me sostuvo la noche anterior.
En ese instante lo sentí, aún más intenso, el vínculo que me hacía querer correr a sus brazos, pero no sabía nada de él, por su aura solo podía suponer que era un alfa poderoso, otro alfa en mi vida, otro lobo que podría destruirme, otro alfa que me desecharía por no ser suficiente, tenía miedo y no sabía nada más solo que estaba perdida.
Y que ya no había vuelta atrás.* * *
KAELAN
El aire estaba espeso, cargado de ese perfume dulce que había sentido la noche anterior cuando la levanté de entre la sangre y las lágrimas. Jazmín y miel. Era imposible ignorarlo. Estaba en todas partes, se me pegaba a la piel, me llenaba los pulmones, se me anclaba en las venas. Era ella. Laurenth. La loba de fuego que había logrado lo imposible: hacer hablar y reír a mi hija después de casi dos años de silencio absoluto.
Los guardias me alertaron al amanecer que Lyra había vuelto a escapar, y supe que estaría acá, con mi loba de fuego. Así fue.
Ahora estaba frente a mí. Su silueta erguida, con Lyra en brazos, el cabello desordenado y los ojos brillando con desconfianza, su piel aún pálida por todo lo que había pasado la noche anterior.
El bosque entero parecía contener la respiración, como si los árboles supieran lo que estaba ocurriendo. El sol filtraba algo de su luz entre las ramas, bañando su rostro con un resplandor suave. Y entonces sucedió. El vínculo.
Lo sentí irrumpir dentro de mí como un torrente, una marea salvaje que me sacudió los huesos y me dejó temblando. King aulló con un clamor tan profundo que me dobló el pecho, reclamándola con un ímpetu que no había sentido ni siquiera cuando marqué a mi primera compañera. Era distinto. Más intenso. No era la necesidad de poseer, era el descubrimiento absoluto, la certeza ancestral de que mi alma había encontrado su otra mitad.
La miré y supe. Supe que la diosa me estaba poniendo de rodillas. No como rey, no como alfa, sino como hombre. Era ella. No había error posible. Cada fibra de mí gritaba su nombre, cada partícula de mi ser me arrastraba hacia ella. El mundo desapareció. Los sonidos del bosque se desvanecieron. No existía el crujido de las hojas bajo mis botas, ni los murmullos de los guardias que me seguían a la distancia, ni siquiera la respiración de Lyra, tranquila contra el cuello de su madre sustituta. Solo existía ella.
Quise dar un paso, pero el terror en sus ojos me detuvo. No era miedo físico. No me temía a mí. Era miedo al destino, al vínculo, a esa segunda oportunidad que irrumpía en su vida justo cuando acababa de romper con la primera. Su cuerpo lo gritaba: no lo quería. No ahora. Tal vez nunca. Y, sin embargo, el vínculo vibraba entre nosotros, invisible, poderoso, inevitable.
Mis manos temblaron. Yo, el rey que había enfrentado guerras, que había enterrado enemigos y dictado sentencias, ahora temblaba frente a una mujer que apenas me conocía. Y quise hablar, explicarle lo que sentía, que yo también estaba aterrado, que yo también me había roto cuando la madre de Lyra murió en mis brazos y me dejó con un vacío que creí eterno. Pero mi voz no encontró palabras suficientes. Solo supe pronunciar lo único que podía.
— Compañera... — Susurré.
Ella negó con un susurro apenas audible, aferrando a Lyra con más fuerza, como si pudiera usarla para sostenerse. Vi cómo se le erizaba la piel, cómo sus labios temblaban entre la negación y el reconocimiento. Y entendí su dolor. Acababa de liberarse de un vínculo que la había marcado, consumido y traicionado. ¿Cómo iba a aceptar otro tan pronto? ¿Cómo iba a creer que yo sería diferente?
No la culpaba. Yo mismo apenas podía aceptar lo que sentía. Pero King rugía en mi interior, recordándome que no se trataba de elección, tratando de tomar el control, usando toda su energía alfa, para llegar a ella. Cuando la diosa nos regalaba una segunda oportunidad, era porque el alma lo necesitaba para no extinguirse. Y yo ya no podía imaginar la mía sin ella.
Observé cómo Lyra jugaba con una margarita entre sus deditos, ajena a la tensión que nos envolvía. Ella fue el puente. Ella fue quien llevó a mi hija de vuelta a la vida, quien sanó con una simple trenza lo que ni médicos, ni ancianos, ni todo mi amor pudieron curar. ¿Cómo no verla como un milagro? ¿Cómo no sentir que estaba destinada a estar en nuestras vidas?
No quería imponerme como lo haría cualquier macho hambriento de deseo. Ella no necesitaba un alfa más gritándole órdenes ni un compañero que la consumiera. Necesitaba espacio, paciencia, tiempo. Y yo… yo estaba dispuesto a esperar lo que hiciera falta.
—No sabía que también te estaba buscando a ti —murmuré con la voz quebrada. Y fue la confesión más honesta que había hecho en toda mi vida.
Ella retrocedió un paso, desconfiada, con la mirada clavada en mí como si quisiera arrancarme de raíz. Y yo lo acepté. Porque en ese instante entendí que no sería un camino fácil. No se trataba de llegar, reclamar y marcar. Se trataba de sanar. De demostrarle que yo no era como el otro. Que yo no iba a romperla. Que podía ser un refugio en vez de una cárcel.
Cuando sus ojos se humedecieron, supe que había escuchado mis pensamientos, aunque no los pronunciara. Tal vez fue el vínculo, tal vez fue la diosa. Pero no importaba. Lo único que importaba era que Laurenth estaba frente a mí. Y aunque me negara, aunque huyera, aunque se encerrara en cien murallas… yo la había encontrado.
Y no pensaba perderla.