Mundo ficciónIniciar sesiónLAURENTH
El silencio me envolvía. No el silencio cruel del rechazo, sino uno distinto. Más cálido. Más profundo.
Abrí los ojos despacio, solo escuchaba el crepitar de la chimenea. El techo de la cabaña apareció sobre mí, familiar, con esas vetas oscuras de madera que tantas veces observé en mi infancia. El fuego de la chimenea ardía bajo un resplandor tenue, y una manta me cubría hasta el pecho.
Por un momento, me quedé quieta, intentando descifrar qué había cambiado. Y entonces lo sentí.
Nada. El vínculo ya no estaba.
Inhalé profundo. Y por primera vez desde que Rhyd me rechazó, el aire entró en mis pulmones sin dolor. Como si hubiera estado respirando con cadenas y de pronto me las hubieran arrancado.
Alya estaba en calma.
«¿Lo sientes?» —su voz vibraba suave en mi interior.
Asentí, cerrando los ojos.
—Sí… lo siento.El vacío había desaparecido.
El eco constante de Kyros ya no me perseguía. Alya no llamaba su nombre. No lo buscaba en la distancia. Mi loba, mi mitad, estaba en paz.Libre.
Me incorporé despacio. El cuerpo estaba cansado, pero no roto. La sangre ya no manchaba mis labios. Solo quedaba un ligero sabor a hierro, como un recuerdo que se desvanecía.
Me llevé la mano al pecho. El corazón latía estable, sin esa sensación de que algo se desgarraba dentro. Era extraño, pero no era doloroso. Era… alivio.
El calor de la manta me sostuvo mientras bajaba los pies al suelo. Las tablas crujieron bajo mi peso. Me quedé un instante sentada, observando la habitación. La mesa tenía un paño húmedo manchado de rojo. Alguien me había limpiado. Alguien me había traído aquí.
Recordé un destello.
Un aroma. Pino y tierra mojada.
Unas manos firmes que me alzaban. Una voz profunda, grave, que me ordenaba respirar cuando yo ya no podía.—“Estás a salvo.” —murmuró en voz baja, como repitiendo un sueño.
¿Quién había sido? No lo sabía. Pero mi cuerpo lo recordaba. Esa calidez. Esa firmeza. Ese extraño sentimiento de protección que nada tenía que ver con Rhyd, me moví y sentí ese aroma nuevamente, estaba en mi piel, me había sostenido, no fue un sueño, su aroma aun estaba en mi ropa y mi piel.
Me puse de pie. Avancé hasta la ventana. El bosque brillaba bajo la luna llena, como si cada rama me observara. Inspiré otra vez, y el aire fresco me llenó de una manera nueva. No había lastre. No había cadenas invisibles.
Después de años… me sentía sola, pero bien.
Me toqué el cuello. La marca que alguna vez ardió como fuego, la que me había hecho suya, estaba apagada. Ya no existía.
—Alya… —susurré—. ¿Qué somos ahora?
«Lo que siempre debimos ser» —respondió ella, firme—. Libres.
Las lágrimas brotaron, pero no eran de dolor. Eran distintas. Ligeras. Como si me deshiciera de un peso antiguo. Como si mi alma respirara conmigo.
Di un paso atrás, apoyándome en la pared. El corazón me golpeaba el pecho, no de angustia, sino de vida.
Rhyd ya no era mío. Kyros ya no era de Alya.
Y en vez de sentirme vacía, me descubrí… plena.Inspiré hondo una vez más, dejando que el aire llenara cada rincón de mí.
Y sonreí, era libre, volví a la cama, a dormir, aunque mi alma estuviera en paz, mi cuerpo estaba agotado, pronto volví a quedarme dormida.Un golpeteo extraño me hizo abrir los ojos. Miré por la ventana y ya había amanecido.
Me levanté despacio y fui hasta la puerta.
Y allí estaba.
Lyra.
Con los pies sucios, el vestido arrugado, y un ramo de margaritas en la mano.
—Te encontré —dijo con una sonrisa temblorosa.
—¡Lyra! —exclamé, corriendo hacia ella—. ¿Qué estás haciendo aquí? ¿Estás bien?
La tomé en brazos, con el corazón acelerado. Ella se acurrucó contra mí, como si ese fuera su hogar.
—Soñé contigo —susurró—. Y no quería esperar que papá me trajera, necesitaba ver si estabas bien, en mi sueño llorabas mucho.
Me quedé en silencio, abrazándola con fuerza. Ahora la necesidad de protegerla se hacía más intensa, casi visceral. No sabía cómo explicarlo.
Y entonces… lo sentí.
Una energía arrolladora, poderosa, corriendo a través del bosque como una tormenta.
Mis ojos se alzaron justo cuando el padre de Lyra emergió de entre los árboles, jadeando, con los ojos encendidos.
Y nuestras miradas se encontraron.
Un estremecimiento me sacudió. Algo se encendió en mi pecho. No como una marca. No como un recuerdo. Como una conexión.
Alya se erizó y se puso de pie.
«Compañero.»Los ojos de él se tiñeron de dorado, como brasas vivas, y pude escuchar su susurro ronco.
—Compañera…No. No podía ser. Acababa de salir de un vínculo. ¿Por qué la diosa me castigaba de esta manera? Apenas acababa de ser libre. No quería otro macho que me rompiera en mil pedazos.
Lyra se giró en mis brazos, ajena al cambio en el aire, y sonrió.
—¿Papá? —dijo suavemente—. ¿Puedo quedarme un ratito más con Lau?Él no respondió de inmediato. Sus ojos seguían fijos en mí. Y yo… no podía apartar los míos de él.
Mi respiración se volvió pesada. El mundo se volvió más brillante. El aire… más denso.
Y en ese instante, el vínculo apareció, intenso, mucho más que con Rhyd.
Lo sentí estallar dentro de mí. Un torrente de calor, de vértigo y pertenencia. No era como con Rhydan. No era posesivo. Era más intenso. Más fuerte. Algo que nacía de lo más profundo de mi ser… y encontraba su reflejo perfecto en él.
Él jadeó. Dio un paso hacia adelante.
—Tú… —susurró con la voz ronca—. Eres…—No —dije en un murmullo apenas audible—. No lo digas.
Pero sí lo era.
Lo sentía en mi piel. En mis huesos. En Alya.
Él era mi compañero. Mi segunda oportunidad.El mundo se detuvo. Todo. Absolutamente todo. No escuchaba el canto de los pájaros, ni el susurro del viento, ni el crujido de las hojas bajo sus botas mientras se acercaba.
Solo el ritmo de mi propio corazón.
Y el suyo.Porque lo sentía en mi alma.
Él se detuvo a dos pasos de mí. Lyra, aún en mis brazos, jugaba con una flor sin notar el temblor de mis manos.
Él me miraba como si hubiera pasado toda su vida buscándome sin saberlo.
Y yo… no podía respirar.
Porque algo dentro de mí me gritaba que ese hombre, ese extraño con mirada dorada intensa y aire de lobo herido… me pertenecía, y que su cachorra también.
Pero no podía ser.
No otra vez. No tan pronto. Me obligué a hablar. A romper el hechizo.—Llegó por su hija —dije con voz suave, casi temerosa de escucharlo responder—. Está bien… solo vino a traerme flores.
Él no respondió. Solo me miró. Y el vínculo volvió a pulsar entre nosotros. Silencioso. Poderoso.
Mi piel se erizó.
Alya aulló por dentro, no de miedo… sino de reconocimiento.—Me asusté, desperté y no estaba —susurró él al fin, con la voz grave, cargada de algo que no entendía—. Y vine por ella. Pero…
Sus ojos bajaron a mis labios.
Y luego regresaron a mis ojos.—…no sabía que también te estaba buscando a ti. No nos habíamos presentado correctamente. Soy Kaelan, el padre de Lyra.
Tragué saliva. Reconocí la voz. Era la voz que me sostuvo la noche anterior.
En ese instante lo sentí, aún más intenso, el vínculo que me hacía querer correr a sus brazos, pero no sabía nada de él, por su aura solo podía suponer que era un alfa poderoso, otro alfa en mi vida, otro lobo que podría destruirme, otro alfa que me desecharía por no ser suficiente, tenía miedo y no sabía nada más solo que estaba perdida.
Y que ya no había vuelta atrás.* * *
KAELAN
Observé cómo Lyra jugaba con una margarita entre sus deditos, ajena a la tensión que nos envolvía. Ella fue el puente. Ella fue quien llevó a mi hija de vuelta a la vida, quien sanó con una simple trenza lo que ni médicos, ni ancianos, ni todo mi amor pudieron curar. ¿Cómo no verla como un milagro? ¿Cómo no sentir que estaba destinada a estar en nuestras vidas?
No quería imponerme como lo haría cualquier macho hambriento de deseo. Ella no necesitaba un alfa más gritándole órdenes ni un compañero que la consumiera. Necesitaba espacio, paciencia, tiempo. Y yo… yo estaba dispuesto a esperar lo que hiciera falta.
—No sabía que también te estaba buscando a ti —murmuré con la voz quebrada. Y fue la confesión más honesta que había hecho en toda mi vida.
Ella retrocedió un paso, desconfiada, con la mirada clavada en mí como si quisiera arrancarme de raíz. Y yo lo acepté. Porque en ese instante entendí que no sería un camino fácil. No se trataba de llegar, reclamar y marcar. Se trataba de sanar. De demostrarle que yo no era como el otro. Que yo no iba a romperla. Que podía ser un refugio en vez de una cárcel.
Cuando sus ojos se humedecieron, supe que había escuchado mis pensamientos, aunque no los pronunciara. Tal vez fue el vínculo, tal vez fue la diosa. Pero no importaba. Lo único que importaba era que Laurenth estaba frente a mí. Y aunque me negara, aunque huyera, aunque se encerrara en cien murallas… yo la había encontrado.
Y no pensaba perderla.







