Mundo de ficçãoIniciar sessãoLAURENTH
La luna llena colgaba sobre el cielo como una burla brillante. El aire era denso. Pesado. Y yo estaba allí, entre la multitud. Oculta bajo una capa oscura, como un fantasma.
Todos celebraban. Yo me deshacía.
El círculo ceremonial brillaba en medio del claro. Antorchas encendidas. Humo de salvia. La luna bañando la escena con su resplandor sagrado.
Y él.
Rhydan. Mi alfa. Mi compañero. El hombre que la diosa hizo para mí…Era el hombre que hoy iba a marcar a otra.
Lo vi alzarse en el centro. Firme. Bello. Ataviado con la túnica ceremonial que yo misma bordé una vez, cuando aún creía que me amaría para siempre.
La música ancestral comenzó. La gente aullaba de júbilo.
Y entonces, su voz. Firme. Helada. Como una sentencia.
—Yo, Rhydan Stone, alfa de la manada Bosque Plateado, te acepto a ti, Zarina Cold, como mi compañera y Luna.Mi respiración se rompió. Como si me apuñalaran desde adentro.
Los anillos fueron intercambiados.
Manos unidas. Palabras sagradas. Yo solo podía mirar. Verlo ofrecer su vida y todo lo que hasta unas semanas atrás era mío… a otra, rompía lo que quedaba de mi alma.Apreté los puños con fuerza, tanto que sentí mis uñas perforar la piel de mis palmas. Y no me importó.
Mi loba lloraba por dentro. Alya aullaba. Una súplica muda, desgarrada.
«Él ya no nos quiere, Lau, me duele tanto, yo lo amaba.»
«Tranquila, Alya, estaremos bien. Somos fuertes, a pesar de lo que tantas veces nos han dicho. Sabes muy bien que no somos simples omegas.» «Pero eso no hace que deje de doler, Lau. Era nuestro. Kyros era mío y ahora será de ella.»Cuando los labios de Rhydan tocaron los de Zarina, algo en mí murió. El beso fue suave. Corto. Pero suficiente para romper lo poco que me quedaba de fe.
Tragué el llanto. Pero no lo contuve. Las lágrimas cayeron calientes por mis mejillas.
«Es mejor que nos vayamos, Alya. Verlo solo nos hace más daño.»
Mi loba gimió de dolor, me di la vuelta. Y sin mirar atrás, caminé hacia el bosque. Rompí en llanto, entre ramas y hojas, como un animal herido.
No debía haber venido. Pero necesitaba verlo. Necesitaba… cerrar esa etapa de mi vida.
Solo que no sabía que la herida se haría más profunda.
Entonces, en medio del bosque, ya lejos del ritual, lo sentí. El verdadero dolor.
El cuerpo me tembló. Una fuerza invisible me golpeó el pecho. Como si arrancaran una raíz antigua de mi alma.
Caí de rodillas. El aire se fue. La vista se oscureció. La carne ardía. Un grito salió de mi garganta.
—N-no… —susurré—. Rhyd…
Y entonces lo supe.
Estaban apareándose. Él… y Zarina. El vínculo físico. El definitivo. La consumación de su unión.
La traición final. Un espasmo brutal recorrió mi columna. El vientre me dolió como si mil garras desgarraran mis órganos. Me abracé a mí misma para no desbordarme.
Y luego… el dolor se hizo más intenso. Mi corazón se apretaba, dejándome sin poder respirar. Escupí sangre mientras las lágrimas caían sin parar.
La boca llena de cobre.
El pecho colapsado. Todo se volvió negro.Pero antes de caer del todo… un aroma.
Pino, tierra mojada, inviernos antiguos.Y una voz profunda que se me hacía conocida, como si viniera de otra vida.
—Tranquila… Solo respira.Era un susurro hecho para reconstruir ruinas.
Sentí unos brazos fuertes alzarme. Su calor me envolvió como una manta invisible.
—Estás a salvo —dijo. Su voz era firme. Paciente. — Solo resiste. Pronto terminará. Respira, Lau.
Pero no pude sostenerme. El segundo golpe llegó. Más profundo. Más letal.
Rhydan la estaba marcando. El sello de su alma sobre otra piel. Sobre otro cuello que no era el mío.
El dolor fue indescriptible. Un corte en el corazón. Un colapso del alma.
— ¡¡Rhyd!!…. Por qué…
Y entonces… dejé que la oscuridad me envolviera.
* * *
KAELAN
La ceremonia seguía su curso, impecable, con la frialdad calculada de los rituales. Antorchas encendidas en círculo, humo de salvia quemando mis sentidos, y los cánticos de la manada Bosque Plateado pidiendo la bendición de la luna para un vínculo que yo sabía era falso. Me mantuve en el palco reservado para visitantes ilustres, la copa en la mano, la espalda erguida. El rey. El padre. El alfa más poderoso de todo este territorio.
Pero nada de eso importaba.
De pronto, un perfume cortó el aire como un filo suave. Jazmín y miel. Dulce, envolvente, capaz de colarse en cada grieta de mi coraza.
Me quedé inmóvil. Mis pupilas se dilataron. King se agitó en lo profundo, golpeando mi interior con impaciencia.
«Es ella» —gruñó, su voz como un retumbar de tormenta en mi mente.
—Laurenth — Susurré.
Estaba cerca. Entre las capas, entre la multitud. Mi loba de fuego se escondía como un fantasma en las sombras del claro.
El canto ancestral subió de intensidad. Y mis ojos, sin quererlo, se fijaron en el centro.
Rhydan y Zarina.
El alfa y su nueva luna, uniéndose en palabras sagradas. El rostro de él estaba pétreo, el de ella orgulloso, casi desafiante. Cuando pronunciaron la aceptación y los aplausos retumbaron, sentí el pecho encogerse. Sabía lo que venía. La consumación. El apareamiento. El marcaje.
King gruñía con desesperación.
«¡Búscala! ¡Ahora! ¿Quieres que muera sola? ¿Quieres que sangre hasta apagarse?»Yo también lo sabía. Sabía lo que pasaría con ella. El dolor del vínculo desgarrándose hasta la última fibra. Lo que le haría cuando él… cuando Rhydan la reemplazara del todo con otra.
Los ancianos se me acercaron, como aves carroñeras, con sonrisas serviles y miradas calculadoras. Querían hablar. Querían convencerme, ganar mi simpatía, usar mi título para su conveniencia.
Pero solo vi sus bocas moviéndose, susurrando veneno. Ellos. Ellos fueron quienes la empujaron al abismo, quienes llamaron a una luna destinada “inútil”, “infértil”, “indigna”. Mi sangre ardió.
—Me tengo que ir—murmuré entre dientes, apartándolos con un movimiento de la mano.
Y entonces lo hice. Abandoné el palco bajo sus miradas atónitas. Dejé la copa caer al suelo, la bebida manchando las piedras como un presagio.
Corrí al bosque
Mis pasos eran golpes sobre la tierra. El aroma a jazmín y miel se hacía más fuerte. King tiraba de mí con desesperación, con rabia, con un ansia protectora que no podía ni quería controlar.
—¡Más rápido! —rugía en mi mente—. ¡Ella no lo logrará sola!
Y entonces la vi.
Laurenth.
Su cuerpo en el suelo, arrodillada, temblando. El rostro bañado en lágrimas, la boca manchada de sangre. Escupía rojo contra la tierra, los dedos clavados en el suelo como garras, intentando aferrarse a algo que no podía retener.
—Lau… —susurré, y mi voz no fue la de un rey, ni de un alfa. Fue la de un hombre aterrorizado de perderla y no entendía por qué me sentía así.
Corrí hacia ella y la alcé entre mis brazos. Era ligera, demasiado ligera, como si el rechazo le hubiera arrancado el alma del cuerpo. Su piel estaba helada.
—Tranquila… —murmuré contra su cabello, y mi voz, la voz de un rey acostumbrado a dar órdenes, sonó extrañamente suave—. Estás a salvo. Respira.
King gimoteaba dentro de mí, un sonido lastimero que no le había escuchado nunca. Él, que era orgullo y furia, ahora sufría por ella.
La sacudida de su cuerpo al recibir el segundo golpe, el marcaje, me recorrió como una descarga eléctrica. Su grito ahogado con el nombre de él fue una daga en mi pecho. Maldije a Rhydan, maldije su debilidad.Al llegar a la cabaña, la deposité en la cama con un cuidado que me sorprendió a mí mismo. Mis manos, acostumbradas a empuñar espadas, ahora temblaban mientras limpiaba la sangre de sus labios con la punta de un paño húmedo. Su rostro pálido estaba manchado de lágrimas secas. Era la misma loba que me había enfrentado con ojos de fuego, ahora rota y vulnerable.—¿Cómo pudieron hacerte esto? —susurré, apartando un mechón de cabello de su frente—. A ti, que le devolviste la risa a mi hija.
La cubrí con una manta, y sin pensarlo, me senté a su lado, sintiendo la necesidad irracional de protegerla del mundo entero, de prestarle mi calor hasta que el dolor pasara. Me acosté a su lado abrazándola para abrigarla con mi calor y me quedé allí, velando su sueño, hasta que su respiración se calmó y el temblor de su cuerpo cesó.
Me levanté con cuidado y la cubrí con otra manta, puse unos leños en la chimenea para que la cabaña no se enfriara y luego me giré hacia la puerta. King gruñía, queriendo quedarse, pero yo sabía que no podía.
Me marché en silencio, con el peso de ella aún en mis brazos y su aroma en mi piel.
Al regresar a mis aposentos, la pequeña figura de Lyra me esperaba sentada en el suelo junto a la puerta, con los ojos somnolientos pero decididos.
—¿La encontraste, papá? —preguntó en un susurro.
Me arrodillé frente a ella, el corazón encogido.
—Sí, pequeña. La encontré. Estaba… descansando.
—¿Está triste? —sus ojos se llenaron de una preocupación que reflejaba la mía—. Soñé que lloraba mucho. Quiero verla. Quiero darle flores para que se sienta mejor.
Acaricié su mejilla. —Mañana, mi amor. Te prometo que mañana la buscaremos juntos.
Ella asintió, pero vi en su mirada una determinación que me recordó a su madre. Y a cierta loba de fuego. Supe en ese instante que, con promesa o sin ella, mi hija movería el mundo para volver a ver a Laurenth.







