LA PARTIDA DE LAURENTH

LAURENTH

El fuego chispeaba débilmente, lanzando sombras sobre las paredes de madera. Lyra dormía en mi cama, abrazada a la manta más suave que encontré. Su respiración tranquila llenaba la cabaña como un arrullo, y cada tanto murmuraba mi nombre en sueños.

Y yo… yo no podía cerrar los ojos.

Kaelan se había ido hace horas, sin presión, sin promesas, sin exigencias. Solo me había dejado una pregunta:

—¿Te vienes conmigo?

No como su compañera. No como su luna.

Solo… como el refugio de su hija. Hasta que yo estuviera lista.

Apoyé la frente contra el marco de la ventana, dejando que el cristal frío quemara mi piel. Afuera, el bosque callaba. Adentro, rugía un huracán.

Estaba sola, sí, pero me sentía tan libre.

Me había pasado los últimos años amando a un alfa perdiéndome a mí misma, solo viviendo por él y todo terminó en rechazo.

Me cambió por alguien fértil. Por alguien “digna”.

Y ahora tenía que elegir.

¿Quedarme aquí? y morir lentamente de pena.

¿O irme?

Irme con Kaelan y con Lyra.

—¿Qué hago, diosa? —susurré al cielo—. ¿me quedo aquí hasta morir o me voy con mi compañero?

Me temblaban los dedos. El pecho ardía. El vínculo con Kaelan latía fuerte, como una semilla enterrada esperando romper la tierra. 

Miré a la niña dormida. Ella me necesitaba y yo quería protegerla con todas mis fuerzas.

«Es porque es hija de nuestro compañero, es nuestra también Lau»

«¿Y si me equivoco y salgo más herida»

«No lo sabemos, solo nos queda confiar en la diosa»

Y entonces lo supe.

No podía alejarme de Lyra, no podía dejarsa sola una vez más.

Me acerqué a la cama, acaricié el cabello de Lyra y murmuré:

—Mañana… nos vamos, pequeña.

* * * 

ALFA RHYDAN

Corría.

No por orgullo. No por rabia.

Corría porque mi pecho se deshacía en cada paso.

Ella se iba.

Laurenth. Mi Lau. La loba que fue mi luna, mi compañera, mi otra mitad.

Se iba lejos de mí, ya no podría verla cada día, ni escuchar su voz, ni sentir su aroma, yo había planeado protegerla, ser amigos, cuidar de ella, estar cerca, pero ahora, el rey, había ido a mi despacho solo para decirme que se llevaba a Lau con él.

Al principio creí que podría vivir con ello. Que el tiempo borraría su olor de mis sábanas. Que Zarina llenaría el vacío. Que cumplir con mi deber bastaría para silenciar a Kyros. Pero me mentí, la noche de marcaje fue la más horrible de mi vida, mi piel no vibraba como con Lau, se sentía todo frío, mecánico, no podía sentir nada.

Y ahora Kaelan… el rey.

Él venía a llevársela.

La tomó entre sus silencios. Entre la dulzura con que Lyra habló por primera vez. Entre el respeto que yo le negué. Lo vi en sus ojos desde el primer día que pronunció su nombre: la quería. Pero jamás esperé que ella aceptara.

El aire ardía mientras corría hacia la cabaña. Mi pecho se apretaba, mi corazón palpitaba como tambor de guerra, y Kyros chillaba en mi interior.

«Detenla. Aún puedes detenerla, no podemos perderlas Rhyd, ellas son nuestras»

La vi.

Empacaba sus cosas. Lyra dormía en un rincón, abrazada a una manta. Y Lau… mi Lau… su cabello suelto, su mirada serena, como si el caos no rugiera dentro de mí.

—¡Lau! —grité apenas crucé su puerta.

Ella se giró lentamente. No con miedo. No con rabia. Con indiferencia y eso me mató.

—Rhydan —susurró.

Me detuve a unos pasos. Mis ojos ardiendo, la voz quebrada.

—Por favor, no te vayas.

Ella me miró largo rato. Y en ese silencio entendí la verdad. Ya no era mía.

—¿Por qué vienes ahora? —preguntó, sin lágrimas, sin reproche. Con la calma de quien ya lloró todo.

Tragué saliva.

—Porque… me duele. Me está matando. Verte ir. Saber que no volveré a escuchar tu voz en la manada.

—Tú me echaste —respondió con suavidad, brutal como un filo—. Puede que no con palabras, pero sí con tus actos. Me arrancaste el alma y esperabas que me quedara a verte feliz con otra. ¿De verdad creíste que yo me quedaría? ¿Tan cruel eres Rhydan que quieres que me quede a secarme y morirme de pena?

Me quedé sin aire.

—Aún te siento. Aún te sueño. Aún…

—¿Aún qué, Rhydan? —susurró—. ¿Aún crees que tienes derecho a poseerme?

Mis manos temblaban.

—¡Yo te amé! ¡Fuiste mi luna! ¡Lo diste todo por mí! ¡Tú me amas a mí!

—¿Y de qué me sirvió si tú me lo quitaste todo? —dijo con esa dulzura mortal—. ¿Qué quieres que haga ahora? ¿Que me quede aquí mientras te veo feliz con Zarina? ¿Que sonría mientras me llaman estéril y me tratan como sombra mientras ella carga tus cachorros?

—¡Te amo, Lau!

Ella sonrió con tristeza.

—Lo sé. Pero no fue suficiente, tú mismo lo dijiste, el amor nunca fue suficiente.

Sus ojos se iluminaron un instante.

—La diosa me dio otro compañero, Rhydan.

Mis rodillas casi fallaron.

—¿Qué?— mi voz salió casi como un susurro.

— Así es, ayer, apenas tú rompiste nuestro vínculo definitivamente apareándote y marcando a Zarina, después que casi muero en el bosque, la Diosa me entregó otro compañero.

Sentí que mi alma se caía a pedazos.

En ese momento, el carruaje llegó. Kaelan descendió con la firmeza de un rey. Me miró con un ceño posesivo, inquebrantable. Y lo entendí: él lo sabía desde antes.

—¿Él? —pregunté con la voz rota.

Kaelan sostuvo mi mirada, y King rugió detrás de sus ojos.

—Te lo advertí, alfa. Una vez que marcaste a Zarina, no te interpusieras en mi camino, esperé a la ceremonia porque aún creía que serías lo suficientemente valiente y defender a tu compañera destinada, pero no, solo obedeciste como un cachorro y marcaste a otra hembra, ahora no interfieras, no molestes a Laurenth porque se va conmigo, ahora será parte de mi manada y está bajo mi cuidado, sin contar que es mi compañera.

—Tú… ¿la aceptaste? Ella fue mía… Estuvo marcada

—Fue —me interrumpió, su voz como un trueno—. Ahora es mía. Aléjate, si no quieres que te muestre cómo se defiende de verdad a una compañera.

Kyros gruñó, desbocado, y vi cómo King le respondía con una fiereza antigua. El aire se llenó de electricidad. El aura de Kaelan me aplastó el pecho.

—Aléjate, alfa Rhydan—gruñó—. Ella ya no es tuya.

Di un paso atrás. Y lo vi pasar junto a mí como un juez dictando sentencia.

Kaelan cargó las cosas de Lau en el carruaje. Ella salió con Lyra dormida en brazos. Sus miradas se cruzaron con la mía.

—Adiós, alfa Rhydan —dijo con calma—. Espero que tenga una larga vida… y muchos hijos.

Giró la vista hacia la manada. Su voz se alzó como un rugido quebrando cadenas:

—Yo, Laurenth Blake, rechazo a la manada Bosque Plateado y desde hoy dejo de ser miembro de ella.

Sentí el lazo romperse. Como alfa, mi corazón se contrajo. Como hombre, mi alma se partió en pedazos.

Kaelan le abrió la puerta del carruaje. Ella subió. Y se marcharon, dejándome solo, con el corazón destrozado y el alma hecha ruinas.

* * * 

LAURENTH

Lo miré una última vez.

Rhyd.

El alfa que alguna vez fue mi todo. El hombre que me prometió eternidad y luego me cambió por un deber.

—Adiós, Rhydan —susurré con frialdad, sin dejar que mi voz temblara. Ya no quedaba nada más que decir.

El carruaje avanzó lentamente, atravesando el corazón de la manada. Vi las casas, los rostros que alguna vez me sonrieron, los caminos donde reí y corrí descalza de niña. Todo lo que fue mi hogar. Todo lo que ya no lo era.

Las lágrimas se acumularon en mis ojos, pero no por él. Sino por lo que perdía… y por lo que elegía.

—Desde hoy empieza una nueva vida para mí —me dije en un hilo de voz—. Por primera vez, me elijo a mí misma.

Bajé la mirada. Lyra dormía sobre mi regazo, su cabecita apoyada en mi pecho. Deslicé mis dedos por su cabello con suavidad, y ella suspiró tranquila.

Alcé la vista. Frente a mí, Kaelan observaba en silencio. Su presencia llenaba el carruaje como un juramento no dicho. Mi nuevo compañero… aunque aún no lo había aceptado.

Suspiré. Un largo, hondo suspiro que quemó y alivió al mismo tiempo.

Mi vida cambiaba en ese mismo instante.

Y no había vuelta atrás. Esta omega rechazada, esa luna que nadie quiso, se iba para siempre de Bosque plateado.

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