Laurenth
El sol de la mañana se filtraba entre los árboles del bosque, tibio, dorado, llenando el aire con ese aroma a tierra húmeda y resina que tanto amaba. Caminaba de la mano de Kael, nuestros dedos entrelazados, y cada paso que dábamos por el sendero principal de la manada me recordaba lo mucho que habíamos avanzado.
Los puestos del mercado estaban llenos de vida: niños corriendo entre los toldos, omegas riendo mientras ofrecían pan caliente, guerreros comprando frutas antes del entrenamiento. La gente se detenía a saludarnos, algunos inclinaban la cabeza, otros sonreían con sincera gratitud.
—Míralos, amor —dije con una sonrisa suave—. Están felices.
Kael apretó mi mano.
—Son felices porque tú lo estás, mi Luna. Les devolviste la esperanza.
El sonido metálico de las espadas golpeando interrumpió nuestro paseo. Nos dirigimos al campo de entrenamiento, donde los guerreros de nuestra manada se mezclaban con los de las manadas aliadas. Los gritos, los choques, el sudor, todo olía a