ARIS
La noche era espesa, apenas interrumpida por el resplandor de la hoguera que ardía afuera de mi cabaña. El silencio solo era quebrado por el crujido de la leña y el respirar acompasado de Zarina, tendida desnuda entre las sábanas revueltas. Su rostro parecía tranquilo, aunque la marca rojiza en su cuello hablaba de la mano que intentó asfixiarla. Mi hermano menor había osado tocarla.
Pasé los dedos por aquella marca, sintiendo cómo mi rabia hervía otra vez. Si Rhydan no fuera necesario aún, ya estaría muerto.
Me levanté sin hacer ruido, me vestí con calma: pantalones oscuros, botas de cuero y la chaqueta de piel que me recordaba lo que era: el Alfa de los renegados. No necesitaba coronas ni títulos para demostrarlo. La sangre y el miedo eran mis emblemas.
Abrí la puerta. Afuera, mis hombres de confianza aguardaban en silencio. Se cuadraron apenas me vieron.
—¿Qué hay de nuevo? —pregunté con voz baja, aunque el filo de la orden estaba en cada palabra.
El más joven, un lobo de cica