LOS CAMINOS QUE SE CRUZAN

KAELAN

Caminaba con Lyra en brazos. Aún tenía el aroma de esa loba, de Lau, como le llamaba ella. El olor se me quedó pegado a la piel, entre fresias y miel, una estela que apaciguaba a King y me ponía en guardia a la vez.

No quería soltar a Lyra. No podía. El miedo a perderla fue tan grande que sentía que si la soltaba alguien podía arrebatarla de mis brazos.

Había pasado casi dos años desde la última vez que la escuché reír. Veinticuatro lunas de silencio aplastándome el pecho. Veintitrés meses y diecisiete días desde que su madre exhaló por última vez en mis brazos. El número me pesa el alma como hierro caliente.

Desde entonces, mi hija no volvió a hablar. Las palabras se le quedaron atascadas en algún punto entre la garganta y el corazón. Y ese silencio… fue más devastador que cualquier guerra que haya librado.

La ayudé a peinarse el primer mes. Insistía, con la voz rota, con las manos torpes. El cepillo se me resbalaba como si el mango estuviera en llamas. Pero cada vez que lo acercaba, ella lloraba. Se escondía bajo la cama. King reculaba con un gemido, y yo me volvía piedra para no romperme frente a ella. Hasta que un día gritó, con tanta fuerza que King se encogió de dolor, y me dijo con lágrimas en los ojos:

“¡No quiero que nadie me toque! Solo mamá me peinaba.”

Después de eso, la dejé. La dejé con su cabello suelto, desordenado, rebelde como su alma herida. Cada mechón era un recordatorio, una bandera de duelo. La escolta y las niñeras no lograban acercarse a ella sin que entrara en pánico. Ni una palabra. Ni una risa. Solo el silencio… y su llanto silencioso cada noche en su cama. Yo escuchaba esos sollozos desde la puerta, con los puños cerrados y los dientes apretados.

Pero hoy…

Hoy habló. Y no solo eso, rió a carcajadas y dejó que esa mujer la peinara, no solo peinarla, le trenzó el cabello.

—Papá —me dijo mientras la sostenía contra mi pecho—. ¿Ella puede venir a jugar conmigo?

Mi corazón casi se detuvo. Un latido en falso, un relámpago en mitad del día.

—¿Ella?

—Lau… —susurró, sonriendo, con las manos acariciando su trenza como si fuera un tesoro—. Me gusta Lau. Me habló bonito. Me hizo una trenza… como mamá, y tomó a los niños malos del cuello, es muy fuerte y valiente, como mamá.

Me senté en un tronco, sin aliento. La miré, volver a escuchar su voz hacía que mi corazón destrozado se sintiera un poco mejor. El aire volvió a entrarme en el pecho como agua fresca.

La trenza brillaba con flores silvestres entretejidas. Pequeñas luces en su coronilla. Como las que su madre le hacía. Como las que pensé que jamás volvería a ver.

—Lyra… —mi voz tembló—. ¿Por qué hablaste con ella si hace tanto no decías ni una palabra?

Ella apoyó su cabecita en mi pecho. Su peso me ancló al mundo.

—Porque Lau no me dio miedo.

—¿Y por qué no dejaste que nadie más te tocara desde mamá?

Su respuesta fue tan simple… y tan devastadora.

—Porque nadie tenía el corazón roto igual que yo, nadie me entendía… hasta que la vi a ella.

La abracé con fuerza, con los ojos ardiendo. No podía llorar. 

Una desconocida. Una loba de fuego y mirada fiera… había logrado en minutos lo que nadie había podido en un dos años.

—La vamos a encontrar, pequeña —le prometí con voz firme—. Y no la dejaremos ir.

Ella sonrió una vez más.

—¿Puedo verla mañana?

La besé en la frente. 

—Sí, amor mío. Mañana te llevaré a verla.

Después de dejar a mi hija con sus niñeras, me encontraba en el salón privado junto al líder de la manada Bosque Plateado. Alfa Rhydan.

Lo había observado durante la ceremonia de compromiso. La forma en que su mandíbula se apretaba. La manera en que evitaba mencionar a su antigua luna. Y la manera fría en que veía a su nueva compañera.

Aún no la había marcado, eso sería esta noche de luna llena, para crear un vínculo intenso, como si fuera su compañera destinada. Qué estupidez. La compañera destinada debería ser sagrada, pero este alfa la había rechazado y ahora creía que por marcar a una loba bajo la luna llena tendría un vínculo tan bonito y tan intenso como su compañera destinada.

No me gustaba salir de mi reino, esta era la primera vez que lo hacía, pero necesitaban que estuviera presente en el cambio de Luna, según ellos para bendecir la unión que la misma diosa de la luna no había creado. Otra estupidez.

Cuando me acerqué a él, me quedé helado. Sentí ese aroma en su cuerpo. Era el aroma de ella. De mi loba de fuego, fresias y miel.

Ya no necesitaba confirmación. Ya sabía que Lau había sido suya. Lau era la antigua Luna de esta manada, la luna infértil de la cual todos hablaban, la omega que no fue suficiente para el alfa y la rechazó.

—¿Cómo te sientes con tu nueva compañera? —pregunté con voz neutra, mientras observábamos cómo los preparativos comenzaban para la ceremonia de marcaje bajo la luna.

—Es lo que se espera —respondió con rigidez—. Zarina es fuerte. Será una buena luna, mi rey.

—Pero no es como la anterior —murmuré, tanteando el terreno. Su mirada se volvió hacia mí.— Nadie puede reemplazar a tu compañera destinada — Seguí sin perder ningún detalle de su comportamiento.

Sus ojos se oscurecieron. El alfa no supo cómo disimular el golpe.

—¿A qué viene eso?

Le di un sorbo a mi copa antes de responder.

—Hoy mi hija desapareció. La encontré con una loba. Una que la protegió, la peinó… y logró que hablara. Y se llama Laurenth.

Rhydan palideció.

—¿Lau? ¿Ella hizo a su hija hablar? ¿Lyra habló?

Asentí con gravedad mientras sus ojos mostraban shock.

—Así la llamó mi hija… Lau... Esa loba la protegió. La abrazó. Mi hija se dejó peinar… por primera vez desde la muerte de su madre. Lyra habló y rió, todo gracias a Lau. Sin duda fue una compañera maravillosa. Lástima que cayera en manos de un compañero débil y traidor.

Rhydan dio un paso hacia atrás. Sus pupilas se dilataron. Su lobo, Kyros, se agitó. Sabía a dónde iban mis palabras: Lau sería mía. La luna que él rechazó, su compañera de vida sería mía. Me la llevaría conmigo, y pude sentir cómo sus ojos se llenaron de miedo.

—No puede ser —susurró.

—¿Por qué no puede ser? —pregunté, acercándome—. ¿Quién es ella, Rhydan? Porque casualmente llevas su aroma en tu cuerpo. Débil, pero su aroma al fin.

No respondió.

—¿Fue tuya, cierto?

Él bajó la cabeza.

—Lo fue.

—¿Y la dejaste ir?

No lo negó. Solo apretó los puños.

—Es por el bien de la manada. Ella es una omega y no me pudo dar herederos.

— ¿Y no pensaste que quizás eres tú el que no puede engendrar?

— Eso es imposible, soy un alfa de sangre pura.

Lo observé con dureza. No podía entender cómo un alfa pudo dejar a su compañera destinada por un heredero sin siquiera averiguar si ella era la del problema.

—Esta noche, cuando marques a tu nueva luna, ese vínculo —el verdadero— se disolverá para siempre. Y espero que honres a Zarina. Y no persigas a Laurenth. Porque la reclamaré como parte de mi manada.

Rhydan levantó la vista, con los ojos llenos de miedo.

—¿Tú? —preguntó, casi sin voz—. ¿Qué quieres de ella?

Me acerqué, firme.

—No lo sé todavía. Pero mi hija la necesita. Y yo… yo la quiero cerca. Y no te quiero poniendo problemas.

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