ALFA RHYDAN
Después de hablar con el rey salí a caminar, no podía creer lo que me había dicho, él se quería llevar a Lau, a Mi Lau, con él, quería sacarla de la manada, Kyros tomó el control y corrimos por el bosque, lejos del bullicio de los preparativos para esta noche.
Mi mente no dejada de repetir esa noche una y otra vez. Cada palabra que salía de sus labios era una súplica que partía mi alma, como si mi corazón se abriera en capas, dejando al descubierto todo lo que me estaba obligando a enterrar. Yo la amaba. Por la diosa, cuánto la amé, era mi compañera, era mi todo, fue mi primer beso, mi primer abrazo, mi primera vez, con ella conocí el amor.
Ella no fue solo mi compañera. Fue la loba que corría descalza a mi lado cuando el mundo aún era simple. La que reía conmigo cuando nada más importaba.
La que me curaba cuando los entrenamientos me rompían los huesos. Ese era nuestro secreto: su don oculto. Podía curar, pero solo si amaba con el alma a la persona que estaba sanando. Empezó cuando éramos pequeños, cuando me caí de un árbol y me abrí la pierna. Ella lloró, y sus lágrimas sellaron la herida. Después practicó. No era un don intenso, apenas una chispa capaz de cerrar rasguños. Pero conmigo era distinto: curaba huesos rotos, devolvía la fuerza a mis músculos. Caía exhausta en mis brazos después de hacerlo, pero lo hacía porque me amaba.
Ella era mi compañera, la que entendía el alma de mi manada incluso mejor que yo. La que veía más allá de la fuerza bruta, la que daba voz a los débiles.
Ella me enseñó a ser algo más que un macho alfa. A pensar, a liderar con justicia. A amar con el corazón abierto. Su inteligencia había salvado tratados, había evitado guerras. Lo que no tenía en fuerza física, lo compensaba con valor y empatía. Mi manada nunca estuvo mejor cuidada que con ella como mi Luna.
Esa noche arrodillada ante mí, suplicándome que la salvara, y yo… no pude hacer nada. Es más, yo mismo era su verdugo. Porque para salvarla, tendría que dejarlo todo: mi manada, mi linaje, mi mundo.
—Lo siento, Lau —murmuré, con la voz más rota que el vínculo que estaba a punto de quebrar—. No puedo seguir ignorando lo que soy.
Mentira.
Una maldita mentira.Lo que era… lo era con ella. No sin ella. Nunca sin ella.
Pero las palabras de los ancianos me pesaban como grilletes.
“Un alfa sin heredero es un riesgo.” “El linaje no puede detenerse.” “¿Crees que la diosa te uniría a una omega infértil si no hubiese un error?”Al principio los mandé al demonio. Pero cuando lo repitieron una y otra vez, tantas veces que se metieron en mis huesos, comencé a creerlo.
Mi padre no ayudó. Zarina apareció justo cuando Lau estaba más frágil. Todo parecía armado, una trampa perfecta, y yo la vi… y la ignoré. Porque necesitaba creer que tenía salida.
Hasta que un día, desperté… y ya no olía su loba. Ya no la deseaba como antes. Ya no sentía esa necesidad de tenerla, de embriagarme en su olor. No sentía el vínculo como antes.
O eso me dije. Necesitaba creerlo. Necesitaba una excusa para lo imperdonable.
Cuando la vi arrodillada, rogando, temblando, me sentí el peor de los alfas. El peor de los hombres. Todas las promesas de amor que le hice se fueron al carajo. No tenía palabra. Rompí cada uno de mis votos cuando la tomé como mi Luna.
Mi lobo gritaba por dentro. Quería abrazarla, lamer sus heridas, unirnos como antes y correr al bosque como cuando éramos libres. Pero no podía. La manada no me perdonaría.
Así que lo hice. La rechacé.
Lo dije en voz alta y sentí la magia romperse… me sentía débil, herido, con un dolor en el pecho que no me dejaba respirar
No me giré. No podía. Porque si lo hacía, no sería capaz de soltarla.
Después de rechazarla me alejé. Habían pasado dos noches cuando sentí un leve cambio. Lo sentí antes de que mi piel lo notara. Fue un tirón invisible en el pecho. Una ausencia. Un vacío que no conocía. El aire mismo parecía pesar distinto, como si una parte del mundo se hubiera apagado.
Me incorporé de golpe. Aún llevaba las ropas de la reunión que había tenido antes de acostarme, esa reunión donde planeaban cada detalle del marcaje de la nueva luna, y mi mente solo iba a ella, a nuestra noche especial donde la marqué como mía, me sentía débil, herido, con un dolor en el pecho que no me dejaba respirar. La extrañaba. Cada respiración se volvía un recuerdo de ella, cada latido un reproche.
Desde antes de rechazar a Lau me había mudado a la habitación de invitados. Era lo mínimo. Después de todo el daño que le hice, no podía obligarla también a dejar su refugio, donde estaba su ropa, sus cosas, sus recuerdos. Por las omegas que nos servían supe que no había salido de la habitación en días, que no había comido más que unos cuantos bocados. La habían encontrado en el suelo, helada, la misma noche en que la rechacé, y yo me sentí como la peor escoria.
Ella siempre sería importante. Aunque ya no fuera mía. Ella siempre sería la primera, la mujer que más amé en mi vida, y por eso la cuidaría hasta sus últimos días.
Kyros estaba notablemente más callado desde que rechazamos a nuestras compañeras. Sentía un rencor silencioso hacia mí. Pero no podía explicar por qué, si él también se había alejado de Alya. Nos sentíamos confundidos, como si por un momento hubiéramos estado ciegos y al rechazarla la vista hubiera vuelto. Solo que, en vez de calma, lo que regresó fue la necesidad. Una necesidad que dolía más que antes.
Pero esa noche algo se sentía peor. Distinto. Mi lobo se revolvía inquieto, nervioso, como si ya no pudiera hallarla. El instinto me gritaba que la había perdido, que estaba lejos, fuera de mi alcance.
—No… —susurré helado, con la garganta cerrándose como si tragara piedras.
Caminé hacia la habitación. Nuestra habitación. El lugar donde le prometí para siempre. Donde la amé con el alma. Abrí la puerta… y la soledad me golpeó en la cara.
Entré despacio y mi corazón se estrujó. No había nada. Ni sus cosas, ni sus recuerdos, nada. Era como si ella jamás hubiera estado aquí. Había sacado hasta la más mínima decoración que compró, nuestras fotos ya no estaban, ni sus perfumes, ni sus cremas, ni esa colección de cristales que recogimos a lo largo de los años explorando el bosque. Cada ausencia era un cuchillo invisible.
Era como si hubiera borrado cualquier rastro de su existencia. Mi alma se rompió. Solo quedaba un leve perfume en el aire, fresias y miel mezcladas con el olor de limpiador. Hasta eso había querido borrar. El aroma que me traía paz y calma ya no estaba.
Todo había desaparecido como si nunca hubiera estado allí. Y, sin embargo, todo gritaba su nombre.
Mis pasos me llevaron fuera sin pensar. Mi nariz buscaba el más leve rastro de su aroma. Débil, casi fantasmal. Como si se hubiera ido en medio de la noche, como un suspiro escapando de una herida.
Caminé sin rumbo, solo siguiendo la intuición que aún me ataba a ella. Aunque el vínculo estuviera roto. Aunque la hubiera rechazado con palabras que todavía me quemaban el alma. El recuerdo me golpeó como un relámpago. La cabaña de su padre, nuestro primer refugio. Donde me llevó de la mano siendo niños. Donde tantas veces fui a buscarla cuando éramos cachorros.
Corrí. El bosque era un laberinto de memorias, y cada rama que esquivaba me mostraba un recuerdo. Mis piernas ardían, mi corazón latía como si se fuera a salir por la garganta.
Y entonces la vi. La cabaña, igual que siempre. Con una luz tenue escapando por una rendija. Mi Lau.
Sentada en la cama con los hombros caídos, la espalda curvada, el alma rota. Sollozando en soledad, donde nadie pudiera verla sufrir.
Me detuve entre los árboles y contuve la respiración. Escondí mi aroma, porque no quería que supiera que estaba allí. La vi abrazar una almohada. La mía. Todavía se aferraba a mi olor como si con eso pudiera aliviar el dolor.
—Perdóname… —susurré tan bajo que solo los árboles pudieron oírme.
“Y su silueta… Me quedé allí horas, observando lo que rompí… debía cumplir con mi deber, aunque mi corazón estaba con Lau.
Ahora corría con el corazón lleno de miedo, El Rey Kaelan se la llevaría lejos, ya no podría tener su risa, ni ver sus ojos, ni sentir su aroma, ella se iría y mi corazón se caía a pedazos, pero tenía una obligación, debía tomar a Zarina, y marcarla, hacerla mi luna para que tuviera a mis cachorros y así seguir con una manada fuerte.
Después de correr por el bosque volví, al entrar me encontré con Zarina que ya estaba lista.
— Rhyd… ¿aún no estás listo?
— Rhydan, no me llames Rhyd Zarina, sabes muy bien que lo nuestro es un acuerdo, serás la luna, me darás herederos, y nada más, no te tomes atribuciones ni confianzas que no te he dado.
— Sí alfa.
Caminé a mi habitación, había vuelto a la habitación que era nuestra, su aroma aun estaba, aunque ya se disolvía en el aire. Me bañé y me vestí, tomé aire y caminé, debía cumplir con mi deber, aunque mi corazón estaba con Lau, mi Lau.