El IDIOTA PADRE DE LYRA

LAURENTH

Caminábamos tranquilas hasta que un grupo de hombres emergió del bosque, rodeándonos en segundos. Guerreros armados, con los sentidos en alerta, los ojos brillando con furia contenida. Sentí el aire espesarse, la presión de sus auras aplastando el claro. Mi loba gruñó con fuerza, y yo protegí a la pequeña con mi cuerpo, decidida: si eran un clan enemigo, deberían pasar sobre mi cadáver antes de tocar a Lyra.

Y entonces, desde entre los árboles, corriendo, salió él.

El hombre más intimidante que había visto en mi vida. El dueño del aura que me había dejado helada segundos atrás. Imponente. Majestuoso. Su mandíbula estaba apretada, sus ojos dorados encendidos como brasas ardientes, su cabello largo caía hasta los hombros. Su sola presencia parecía doblegar al bosque.

Llegó tan rápido que no pude reaccionar.

—¡LYRA! —rugió con desesperación, y la tierra pareció temblar.

La pequeña soltó mi mano y corrió hacia él.

Él la abrazó con tanta fuerza que casi la levantó del suelo. Su respiración era agitada, el miedo aún pintado en su rostro. Se inclinó sobre ella como si fuera lo único que le daba sentido a su vida.

Yo me quedé donde estaba. Confundida. Tensa. Mi corazón golpeaba, la adrenalina envenenaba mi sangre. Lo observé envolverla en sus brazos con un amor feroz, casi animal. Y cuando sus ojos se alzaron hacia mí, me atravesaron.

Sus ojos me recorrieron de pies a cabeza, con un brillo salvaje, entre rabia y desconfianza.

—¿Tú eras la que tenía a mi hija? —espetó, avanzando hacia mí como un depredador.

Fruncí el ceño y apreté la mandíbula.

—¿Tenerla? ¿Crees que la secuestré?

Los guerreros ya se movían en formación, pero levanté una mano para frenarlos. Mi furia quemaba tan fuerte que hasta el aire se crispó.

—¡Ni se te ocurra dar un paso más! —rugí, con una fuerza que salió desde mis entrañas—. ¡Tu hija estaba siendo intimidada por unos adolescentes cobardes! Yo la ayudé. ¡Y te atreves a atacarme por eso? ¿Qué clase de padre inepto deja a su pequeña hija sola en el bosque?

Él se detuvo en seco, sorprendido por mi desafío.

—Eres tan idiota —continué, dando un paso hacia él sin miedo, con el pecho erguido—, que tu hija se te desaparece y lo primero que haces es gritarle a la única persona que la encontró… ¡y te la devolvió!

El silencio cayó como una losa. Sus guerreros contenían la respiración, tensos. El bosque entero parecía escuchar. Mi corazón latía como un tambor de guerra, pero no bajé la mirada.

Lyra observaba con los ojos muy abiertos, atrapada entre el miedo y la expectativa.

—Macho debías ser… —espeté, la rabia goteando de cada palabra—. No tienes sesos. Solo músculos. Y esos no sirven de nada si no están conectados con la cabeza. Sabes, deberías entrenar tu cerebro también de vez en cuando. Te haría bien.

El silencio fue absoluto. Los guerreros se miraban entre sí, helados.

Y entonces… Lyra rió.

Una carcajada luminosa, limpia, como si mis palabras fueran el mejor chiste del mundo. La risa de la pequeña retumbó en medio del bosque, rompiendo la tensión. Y esa risa me llenó el pecho como un bálsamo.

El hombre se quedó sin palabras. Sus ojos, que segundos antes ardían de furia, ahora brillaban con algo distinto. Confusión. Gratitud. Y una chispa… de esperanza.

Me agaché y acaricié la mejilla de Lyra con suavidad.

—Chao, pequeña —le susurré con ternura—. Lección número uno de mujeres: los hombres son idiotas.

—¡Lau! —exclamó ella con los ojos brillando—. ¡Gracias por peinarme!

—De nada, cariño. Pero desde ahora en adelante, no andes sola por el bosque. Puede ser peligroso. ¿Lo prometes?

Estiré el dedo meñique para sellar la promesa. Ella sonrió y entrelazó el suyo con el mío.

—Está bien.

Me dio un beso en la mejilla, ligero como un pétalo. Mi corazón latía con fuerza, pero me obligué a mantenerme firme. Me puse de pie y, sin volver a mirar al alfa, me di media vuelta y me alejé entre los árboles. Cada paso era un latido acelerado, dentro de mí.

Y a mis espaldas, lo escuché.

—¡Descubran quién es esa mujer! —ordenó con voz urgente, que retumbó como trueno—. Quiero su nombre. Su historia. La quiero… la necesito.

Yo solté una risa seca.

—Jajaja, suerte con eso, idiota… —murmuré para mí misma, perdiéndome en el bosque. La salida por comida había terminado arruinada por un macho prepotente que se creía dueño del mundo.

* * *

KAELAN

La vi desaparecer entre los árboles, una fiera indomable que no me dedicó una segunda mirada. El eco de su risa seca resonaba en mi mente, pero fue ahogado por otro sonido. Una voz.

—Se llama Laurenth —respondió la voz mas dulce que habia escuchado en mi vida y hace tanto tiempo no oía,  mi corazón se detuvo.

Mi corazón se detuvo. Giré la cabeza lentamente. Lyra me miraba desde mis brazos, con sus ojitos miel brillando de emoción. Había hablado. Mi bebé, que llevaba casi dos años sumida en el silencio después de la muerte de su madre, había hablado. Y todo gracias a esa mujer.

Un torbellino de emociones me golpeó: alivio, gratitud, frustración por haberla dejado ir.

—¿Laurenth? —susurré, y el nombre se sintió extrañamente correcto en mis labios.

—Sí, papá. Ella me hizo una trenza, como mamá. Y asustó a los niños malos.

La abracé con más fuerza, enterrando mi rostro en su cabello, que ahora olía a fresias y miel, el aroma de Ella. King, mi lobo, se agitaba en mi interior, no con la furia de antes, sino con una necesidad imperiosa y desconocida.

—Averigüen todo sobre ella —ordené a mis guardias a través del enlace mental, mi voz sonando más urgente de lo que pretendía—. Se llama Laurenth. Quiero su historia. La necesito.

No para castigarla. Sino porque, por primera vez en mucho tiempo, una chispa de esperanza se había encendido en la oscuridad de mi mundo. Y esa loba insolente era la portadora del fuego.

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