El hospital se había transformado en un campo de batalla. Alarmas resonaban en los pasillos, médicos corrían de un lado a otro, guardias privados discutían con policías suizos que habían llegado en cuestión de minutos. El caos era absoluto, pero nada podía borrar el hecho de que el bebé había desaparecido.
Thiago golpeó con el puño la mesa de recepción, la voz ronca, rota de furia:
—¡Quiero acceso a todas las cámaras, ahora mismo!
Valeria, todavía débil tras el parto, intentó levantarse de la cama apenas escuchó que el niño no aparecía. El dolor la obligó a doblarse sobre sí misma, pero aun así gritó:
—¡Búsquenlo! ¡Es mi hijo!
Dos enfermeras trataron de calmarla, pero la mirada desesperada de Valeria era más fuerte que cualquier calmante.
A las dos horas, Andújar llegó al hospital acompañado de un par de agentes de confianza. Se abrió paso entre el tumulto con una calma que contrastaba con el desastre. Cuando vio a Thiago, lo tomó por los hombros y lo obligó a respirar.
—Escúchame —di