El reloj marcaba las tres de la madrugada cuando Valeria se dobló sobre sí misma, un dolor agudo recorriéndole el vientre. La respiración se le aceleró en segundos, y el sudor le perló la frente a pesar del frío helado que se colaba desde el lago.
Thiago se despertó de inmediato al escucharla.
—¿Qué pasa?
—Son contracciones… —jadeó, llevándose una mano al vientre abultado—. No es como antes, Thiago… es distinto.
El miedo se mezcló con la adrenalina. Sin pensarlo dos veces, ayudó a Valeria a vestirse mientras llamaba a la nana de Clara, que salió del cuarto ya alerta.
—Yo me quedo con ella, señor Thiago. Váyase tranquilo —dijo la mujer, tomando de la mano a la niña que se había despertado por el alboroto.
Clara, con los ojos entrecerrados y la voz débil, preguntó:
—¿El bebé ya viene?
Thiago le acarició la cabeza, intentando sonreír.
—Sí, pequeña. Cuando despiertes otra vez, tal vez ya esté aquí.
La tormenta de nieve golpeaba las carreteras como si el mundo entero quisiera impedirles ll