Las paredes estaban cubiertas de arte moderno, blanco impoluto y silencios caros. El salón principal, de techos altos, estaba lleno de copas de vino sin tocar y rostros tensos, muy bien maquillados.
Luciana se sentó erguida frente a sus padres, sin perder ni un segundo en sonrisas de cortesía.
—Ya tengo acceso completo a los registros del ala pediátrica —informó con tono eficiente, como si estuviera entregando un informe financiero—. He logrado desplazar a dos cirujanos del turno de noche, y el comité está evaluando una revisión completa del protocolo quirúrgico. Las próximas semanas serán clave.
El padre, Gregorio Del Monte, asintió levemente mientras hojeaba una carpeta con sellos confidenciales. Hombre de pocas palabras y muchos millones, no necesitaba decir demasiado para ser temido.
—¿Y la Dra. Ríos? —preguntó su madre, con una voz suave que en realidad enmascaraba cuchillas.
Luciana tensó la mandíbula antes de responder.
—Sigue siendo un obstáculo. Brillante, incisiva, con más e