Thiago miró la pantalla del móvil como si las palabras fueran una trampa óptica. El mensaje seguía allí, con su tono críptico, directo. Sin firma reconocible. Sin contexto.
“La mujer que duerme contigo no es quien dice ser. Abre los ojos antes de que sea tarde. –N.”
Luciana dormía a menos de dos metros, recostada en la silla con una chaqueta cubriéndole las piernas, como si llevara semanas al pie de su cama. Como siempre.
Él apagó el teléfono.
Era absurdo. Imposible. Luciana había estado con él desde el principio. Cuando se desmoronó al perder a Celeste. Cuando pensó que no sobreviviría criar a Clara solo. Cuando las noticias del corazón defectuoso de su hija lo paralizaron.
Siempre estaba Luciana.
Era la tía devota. La figura materna sustituta. La amiga leal. Una de las pocas piezas estables en un mundo que se le había ido al carajo.
“No puede ser”, murmuró para sí.
Pero el mensaje había despertado algo. No una sospecha. Aún no. Pero sí una grieta.
Y Thiago Moretti sabía —por experie