—Papá… ¿vale?
La voz de Clara, apenas un susurro ronco, rompió el silencio de la habitación.
Thiago levantó la vista de su móvil, donde estaba intentando leer el mismo párrafo de un informe por cuarta vez. El nudo en la garganta se le apretó al ver los ojitos de su hija entreabiertos, con las pestañas aún húmedas y la nariz enrojecida. Tenía la voz frágil, como si el esfuerzo de hablar fuera una pequeña batalla ganada a duras penas.
Se levantó de inmediato de la butaca y se inclinó junto a su cama, tomando su mano diminuta entre las suyas.
—Papá está aquí, mi amor. Aquí contigo —le dijo, rozándole la frente con los labios.
Ella lo miró fijo, como si intentara asegurarse de que no era un sueño.
—¿Vale? —repitió con un pequeño fruncido en la frente.
Thiago dudó un segundo. Había pasado tantas noches sin dormir, con la angustia metida en el pecho como una piedra, que no sabía si Clara pedía a Valeria… o si solo quería saber si todo “estaba bien”.
—¿Quieres a la doctora Vale? —preguntó co