Muy temprano esa mañana en el Hospital Valeria se detuvo frente al espejo del baño de médicos, abrochándose la bata blanca. Su reflejo mostraba una mujer que había dormido menos de cuatro horas, pero no perdía el filo en la mirada.
No podía confiar en nadie.
No aún.
La nota anónima que recibió anoche seguía doblada dentro del bolsillo interior de su bolso. La letra temblorosa escrita con marcador negro aún le erizaba la piel. No sabía si venía del Dr. Navarro, de la Dra Rubio… o si era una advertencia real de quienes querían callarla.
Tenía que moverse con cautela.
El enemigo era invisible, pero no invencible.
Y ella, aunque aún estaba sola… no pensaba seguir así.
Más tarde en la cafetería, Valeria eligió con cuidado su primer movimiento. La primera pieza del ajedrez.
—¿Te vas a quedar ahí parada mirándome como psicópata o vas a sentarte?
La voz irónica de Inés Mendoza, la enfermera jefe de quirófano, quien la había ayudado con su declaración en el intento de desacreditarla, la sacó d