Thiago no había dormido.
Entre el zumbido de las máquinas, las alarmas intermitentes y la angustia permanente de ver a su hija tan pequeña, tan vulnerable… las horas parecían cuchillas atravesándole el pecho. Pero Clara estaba viva. Y eso era todo lo que importaba.
—“Papá…” —la voz débil de su hija lo hizo contener la respiración. Fue apenas un susurro. Apenas un movimiento de labios. Pero estaba consciente. Estaba volviendo.
Luciana fue la primera en acercarse. Con un gesto rápido, pasó la mano por la frente de Clara y le acomodó el osito de felpa que había traído como “regalo”.
—Ya pasó todo, mi amor. Has sido muy valiente —dijo con ternura, como si fuera suya.
Thiago no notó nada raro. Solo vio gratitud. Solo sintió alivio.
En los días siguientes, Luciana comenzó a estar… en todo.
Desayunos en la cafetería del hospital para Thiago. Turnos de relevo para que él pudiera ir a casa a ducharse. Cenas caseras traídas en termos sellados “porque la comida del hospital es terrible para la m