El hospital ya no olía a esperanza. No para Valeria.
A pesar de que la operación de Clara había sido un éxito clínico, su corazón de cirujana latía en compases desordenados. No por fallos médicos. Sino por un sentimiento mucho más caótico: celos.
Desde que vio a Luciana abrazar a Thiago en la sala de espera, esa escena se le había incrustado en la mente como una espina imposible de extraer. Era ridículo. Lo sabía. Estúpido. Doloroso. Insoportable, también.
Y por eso había tomado una decisión: cambiar la estrategia.
—¿Lista para tu disfraz de “nada me afecta”? —preguntó Valeria a su reflejo en el espejo, ajustándose la bata mientras recogía el cabello en un moño alto y desordenado.
Su mirada se endureció. El bisturí emocional que usaba para separar los sentimientos d trabajo lo usó consigo misma. Lo cortó, lo cerró y saturó mentalmente.
—¿No vas a pasar a ver a Clara? —preguntó Thiago cuando se cruzaron frente al área de cuidados.
—Ya la vio el equipo de posoperatorio. Mis indicacio