La ubicación que me mandó me llevó a una calle tranquila, arbolada, con edificios altos y modernos que parecían flotar entre la bruma de la tarde. Era casi de noche. Las luces del alumbrado público empezaban a encenderse, una por una, como si alguien allá arriba me estuviera marcando el camino.
Me detuve frente al portón de vidrio.
Era elegante, discreto.
Automático.
No había nadie afuera. Ni vigilante, ni botones, ni ruido. Solo el silencio y mi reflejo tembloroso en la puerta cerrada.
Me acerqué.
Busqué el nombre de Alex en el intercomunicador, pero no lo vi. Quizá no vivía con su nombre en el timbre. Quizá prefería pasar desapercibido, como si el lugar fuera solo una pausa, no una casa.
Miré el celular.
No había mensajes nuevos.
La ubicación era exacta.
Tragué saliva.
Pensé en tocar. Pensé en dar media vuelta. Pensé en esperar un poco más afuera, fingiendo que no estaba tan nerviosa.
Y entonces, antes de que hiciera nada, la puerta se abrió.
Un sonido eléctrico, seco.
Y luego, su s