Cuando volvió de sus pensamientos, me preguntó si tenía hambre.
—No sé —respondí—. Un poco, creo.
—Pido algo. ¿Pizza? ¿Sopa? ¿Hay algo que odies?
—Odio las aceitunas —dije, y fue la primera sonrisa leve que compartimos.
Pidió pizza, sin aceitunas.
Mientras esperábamos, puso una playlist baja. Instrumental, suave. Como si su casa también supiera que había que hablar en voz baja esta noche.
Nos sentamos en el piso, junto a la mesa baja, y yo me saqué los zapatos. La alfombra era cálida, un poco áspera. Me acomodé abrazando las rodillas mientras él iba y venía por la sala, abriendo una botella de agua con gas, trayendo servilletas, limpiando sin darse cuenta una mancha imaginaria en la mesa.
—No estás acostumbrado a tener a alguien aquí, ¿no?
Se detuvo, me miró.
—No.
—Se nota.
Sonrió un poco.
—¿Y tú?
—Yo tampoco. Pero tú eres la excepción a todo aquello que dije que no haria.
Asintió. Como si supiera que no necesitaba explicarle nada pero tambien soltando una media sonrisa, pícara.
La pi