Omar llevaba tres días rondando la casa.
Dormía en su coche alquilado, estacionado entre los árboles al borde del camino rural, cubierto con ramas para camuflarlo desde la carretera. Observaba con binoculares viejos y sucios desde el amanecer hasta el anochecer, como un lobo esperando que algún cordero se alejara del rebaño.
Era casi mediodía cuando la vio.
Reik estaba en el patio trasero, empujando suavemente el columpio donde un niño pequeño reía a carcajadas. Tenía el cabello rubio claro, liso y grueso, igual al de Nicolás, y unos ojitos rasgados, tan llenos de vida, que le hacían fruncir el ceño con rabia. Cada vez que el niño gritaba “¡Más alto, mami, más alto!”, sentía un escalofrío de odio recorrerle la espalda.
“Mami”. Se reía en su mente.
“Maldito omega de mierda.”
Esperó y se quedo dormido. Al despertar la camioneta roja no estaba. Asumió que Nicolás debía estar trabajando. No había escuchado el motor cuando salio en la mañana. Reik entró con el niño poco después. Desde la p