Las luces rojas y azules iluminaban la nieve como fuegos artificiales tristes.
Nicolás sostenía a Reik y a Nielsen en brazos cuando la policía subió las escaleras y rodeó la habitación. El oficial al mando habló con voz grave:
—Señor, suéltelos y levante las manos.
Reik temblaba.
—No… no lo culpen… —musitó, pero Nicolás obedeció. Depositó a Reik y al niño en el suelo y alzó las manos, y el corazón destrozado.
Lo esposaron y lo sacaron frente a un corro de vecinos chismosos y curiosos. Reik apenas pudo gritar su nombre antes de que se lo llevaran.
Los días siguientes fueron un infierno.
Livia cuidaba a los gemelos, Nathan y Nielsen, mientras Reik iba cada día a la estación, llevando ropa limpia, comida caliente y palabras de esperanza. Pero nada era suficiente para apagar el dolor de ver a Nicolás encerrado.
La investigación duró un mes entero.
Treinta días de declaraciones, reconstrucción de escenas, autopsias, exámenes psicológicos y revisiones de las cámaras del hotel. Finalmente, e