— ¿Dónde…? ¿Dónde están mis hijos, Dulce? ¿Esto es una broma? Porque no es gracioso… — Una sonrisa fría se formó en el rostro de Mari, al tiempo que ella se acercaba a paso lento hacia la mujer.
— Yo… Yo no sé, señora, no sé en dónde están, desaparecieron… Lo siento… Lo siento mucho… — Repitió Dulce, llorando a cántaros, mientras se estremecía, para luego cubrir su rostro con ambas manos.
— ¡¿Qué dónde están te pregunté?! — Gritó Mari a todo pulmón, provocando que la niñera se estremeciera.
Desesperada, con los ojos cristalizados a punto de salirse de sus órbitas, Mari se acercaba a Dulce, cuando la puerta de la entrada volvió a abrirse.
— Dulce, no los encontré… — Justo en ese momento, entró David en la casa, con la respiración agitada.
— ¿David? — Mari se volteó y de inmediato, se dirigió hacia él con paso decidido. — David, ¿Qué está pasando? ¿Qué sucede? ¿Dónde están mis hijos?
— No lo sé, Mari, pero todos los estamos buscando… Ya recorrimos todo el perímetro del lago y se