Luego de jugar un poco más con el niño, Isabela acompañó a Dante para su habitación, pero incapaz de contenerse con lo que sucedía en la vida de su hija y el peligro que corría, Isabela volvió a la habitación de Mari.
Una vez más, Isabela sacó el diario de su escondite y se sentó en la cama con el cuaderno en las manos, luego, con cuidado, acarició la carátula.
— Pensé que ella había dejado de hacerlo… — Murmuró Isabela para sí misma, pensativa.
Recordando cuando Mari era una niña e Isabela le regaló su primer diario.
Finalmente, Isabela abrió el cuaderno, las letras inconfundibles de Mari, los márgenes llenos de notas marginales y pequeños garabatos que solo su hija hacía cuando estaba frustrada.
Isabela comenzó a hojear el diario con cuidado, al principio, encontraba entradas rutinarias: tareas pendientes, citas, pensamientos breves, pero de pronto, la lectura se volvió más intensa.
Fragmentos escritos con tinta negra hablaban de insultos y humillaciones de Daniel, de cómo l