Capítulo 7 Ascensor

Rebeca salió de su casa para ir al trabajo, estaba desanimada, tenía que caminar con pies de bailarina, ser cuidadosa hasta en sus miradas, para evitar molestar las susceptibilidades de sus progenitores.

Ese día Margarita le había dicho que la acompañe, le quería presentar al titular de una casa de modas, dónde requerían a jóvenes prometedores para diseños exclusivos.

Rebeca sabía que ella tenía muchas ideas y muy buenas, pero no tenía el respaldo de un título universitario que la respalde, ni siquiera podía decir que, por su edad, aún estaba cursando.

Tenía un panorama muy claro, de cómo funcionaba el mundo y a ella, en su casa, le habían cortado las alas, no la dejaban crecer, solamente rogaba y esperaba tener esas oportunidades cuando el año próximo comenzara a cursar.

Margarita era una mujer reconocida en ese ámbito, por eso las atendieron enseguida.

-Buenas tardes, Margarita, es un placer.

-Muchas, el placer es mío.

Luego de unos saludos, Margarita le habló de la mente brillante de su protegida, pero con mucha educación y mirando apenas sus diseños, le preguntó por su respaldo educativo.

Aunque estaba preparada para el rechazo, igual le dolió, pero lo disimuló con una sonrisa.

Así transcurría su vida, con sueños rompiéndose a diario y viendo lejana la posibilidad de irse de su casa y alejarse para siempre de las personas que tanto mal le hicieron y le seguían haciendo.

Su cabeza era un caos y en medio de tantos pensamientos los dolores de cabeza, que asiduamente la achacaban, se hicieron presentes, no iba a faltar a su trabajo, salió de su casa a la misma hora que siempre, pero avisó que pasaba por la clínica, porque, de todos modos, así no servía para nada y en su casa no podía quedarse, la iban a acusar de vaga y probablemente la golpearían.

¿En dónde estaría su verdadera familia?

¿La habrán buscado?

¿Acaso la olvidaron?

¿Por qué nunca dieron con ella?

La cabeza le dolía cada vez más, apenas pudo llegar a la clínica.

Al entrar al ascensor chocó con un hombre, pero no lo pudo ni mirar, asustada murmuró un débil perdón.

Por suerte la llamaron pronto.

- ¿Su nombre?

Le preguntó el médico que la estaba atendiendo.

-Me llamo Rebeca… Fitz.

Germán, que era el médico que la estaba atendiendo, aunque aún no estaba recibido, atendía pacientes en la guardia clínica.

¿Dónde escuché ese apellido?

Pensó, sin encontrar respuesta en su mente, por lo que lo atribuye a algún paciente que vio en algún momento.

-Digame su edad.

-18 años.

- ¿Qué síntomas tiene?

Ella le explicó y Germán, aparte de llamar a una enfermera para que le aplique un calmante, le recetó una serie de estudios.

Esperó unos minutos para que le hiciera efecto el calmante y le extendió las órdenes para los estudios.

- ¿Será grave lo que tengo?

-No lo creo, primero quiero tener los resultados de los estudios, uno te lo hacen en este momento, puse que es urgente.

- ¿Estoy mal?

Preguntó Rebeca, sin un ápice de emoción en su voz.

-No, linda, no me quiero aventurar, pero estoy seguro de que solamente es estrés, tenés que descansar, distraerte… ¿Estudias?

Por primera vez se sintió incómoda ante el profesional.

-No…

-Parecés una chica capaz… los estudios…

-En casa me prohibieron estudiar.

Germán la miró muy asombrado.

-No estaban de acuerdo con la carrera que elegí.

- ¿Qué carrera elegiste?

No pudo evitar preguntar.

-Quiero ser diseñadora de modas.

- ¿Es porque la facultad que dicta esa carrera es privada?

-Trabajo desde que estaba en la escuela secundaria.

Le respondió ofendida.

- ¿Entonces?

-Yo… voy a hacerme ese estudio y luego se lo traigo.

-Te espero.

Germán pensó que cuando le lleve el resultado de ese estudio, indagaría más.

Él sabía que había padres que querían que sus hijos estudien o sigan su misma carrera o actividad y lo sabía porque lo vivió, cuando en su casa planteó que quería ser médico, su padre le dijo que elija entre él (Su madre había fallecido) o su carrera y prácticamente lo echó de casa, por eso se alistó en la marina y en un principio estudió enfermería, era más rápida para salir de la zona de combate y pronto pudo estudiar medicina.

Fue cuando atendió en una urgencia al General Venegas y le salvó la vida en un procedimiento, entonces, el General lo nombró su chofer personal.

Luego conoció a Alejandro, el psicólogo de Venegas y de pronto llegaron misiones en las que siempre le tocaba como compañero de equipo Alejandro, se hicieron amigos, aunque dentro del cuartel tenían que seguir el protocolo.

Rebeca subió al ascensor y apretó el 8vo piso, apenas se podía mover por lo lleno que estaba, mientras se preguntaba si ese aparto podía llevar a tantas personas. En el 3° piso subió un hombre que quedó muy cerquita suyo y hubo algo en ese hombre, que vestía un traje impecable, con una incipiente barba, muy cuidada, tanto que parecía que se rasuraba para que sus bellos quedasen milimétricamente perfectos, que llamó mucho su atención, él, no tan indiferente a la belleza de joven que tenía delante suyo, aprovecho cuando en el 4° piso subió una persona más y se acercó hasta rozarla, en ese momento olió su cabello, un aroma de vainilla y coco se adueñó de sus fosas nasales.

Un sentimiento que no supo a que atribuirlo y en recuerdo lejano que se diluía antes de darle forma en su mente, se apoderó de su alma.

Confundido, observó cómo la gente en el 8vo piso comenzó a bajar y ella, dando un paso al costado, bajó con esas personas.

La observó sin decir nada, estaba anonadado por semejante belleza, nunca le había sucedido.

Parecía un ángel, un diablo y una diosa,

Era sensual, pero inspiraba ternura, era sexi en sus movimientos, pero no era vulgar.

Llevaba una falda por arriba de las rodillas, ajustada, que marcaba sus caderas y una blusa que…

Sin embargo, era bastante más delgada de lo que a él solía gustarle.

En parte le recordó a Mónica, aunque eran distintas…

Esta chica… le apuntaba directamente a su zona más erógena.

Cuando iba a salir detrás de ella, el ascensor cerró sus puertas.

Llegó hasta el 10mo piso, sin poder apartarla de su mente, pero trató de ser racional, él no iba corriendo mujeres…

Más bien las mujeres lo corrían a él.

Tuvo que esperar que el psiquiatra al cual le tenía que hacer una interconsulta se desocupe y luego el intercambio de información y tomar algunas notas, le llevó 45 minutos.

Salió fastidioso, pensando que perdió bastante tiempo y que el médico no le agregó nada nuevo.

Tomó el ascensor con cara de pocos amigos, solía ser un hombre alegre, pero en ese momento estaba tedioso.

Al abrirse el ascensor en el 8vo piso, la mujer subió al ascensor.

- ¡Es la mía!

El destino puede cambiar, siempre hace su voluntad.

Pensó.

-Buenos días.

Le dijo sin poder callarse.

-Buenos días.

Le respondió ella.

-Soy…

El ascensor había abierto las puertas y subió Violeta, una terapeuta que cada tanto veía.

La recién llegada miró a Rebeca y supo inmediatamente que Alejandro la tenía como su objetivo, es que esa joven era bella y emanaba algo que a Violeta le molestó.

-Querido, que agradable sorpresa encontrarte acá.

Lo saludó con un beso muy cerca de la comisura de sus labios.

Estaba dejando en claro que él le pertenecía.

-Iba a pasar por tu consultorio, espero que esta noche la tengas libre y…

Le dijo al oído, pero asegurándose que esa desconocida la escuchase.

Le guiñó un ojo mientras le acariciaba el brazo.

Rebeca pensó que probablemente ese hombre que parecía tan galante y atento, que el calor de su cuerpo, cuando estaban subiendo, le había hecho, sin razones, subir la temperatura de su cuerpo.

Probablemente esa mujer debía ser su novia.

Parecía agradable… emanaba una seguridad que le habían dado ganad de arrojarse en sus brazos y sentir su protección, sin embargo, era engreído, porque sabía muy bien como impactaba en las mujeres.

Rebeca pensó que, gracias a esa mujer, no se enredó en algo que solamente le traería problemas…

Porque ella no se iba a negar a tomar un café con él ni tampoco a lo que siguiera después…

¿Estaba loca?

Ella no era así.

Solamente sintió algo tan potente con aquel militar que la besó en la oscuridad de la noche y lo hizo con una pasión que nadie más le provocó.

Al abrirse las puertas en el 2° piso, ella salió huyendo, mientras que Alejandro se preguntaba por qué era tan cruel el destino.

Tuvo ganas de salir tras la desconocida, sin embargo, algo se lo impedía y ese algo eran las manos de Violeta, que tomaban su brazo como si fueran garras.

Cuando logró soltarse, las puertas del ascensor se cerraron nuevamente.

Sigue leyendo este libro gratis
Escanea el código para descargar la APP
Explora y lee buenas novelas sin costo
Miles de novelas gratis en BueNovela. ¡Descarga y lee en cualquier momento!
Lee libros gratis en la app
Escanea el código para leer en la APP