Capítulo siete 7

Una camioneta negra los esperaba frente al aeropuerto. Florencia, era mujer rubia de ojos verdes, al divisar a sus sobrinos emerger por las puertas de llegadas, descendió del vehículo con elegancia. Llevaba un traje de lino impecable y a sus cuarenta y seis años conservaba una apariencia glacial que parecía espesar el aire a su alrededor.

—Bruno —llamó caminando hacia sus sobrinos. Al llegar frente a ellos su mirada se posó en las ojeras de su sobrino que contrastaban con su piel pálida. Florencia abrió los brazos en un gesto de consuelo. Sabía que Bruno había contratado detectives para buscar a su esposa, y aunque siempre se había opuesto a aquel matrimonio, ahora solo podía ofrecerle refugio.

Él se dejó abrazar. El perfume a jazmín de su tía le trajo recuerdos de su infancia, de noches en que, después de llorar por sus padres, era Florencia quien lo consolaba.

—Lamento lo de Lena —murmuró ella—. Pero la vida continúa, mi Bruno. Ahora nos toca criar a tu hija.

Gema, cargando a Leia,
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