Lena se quedó desconcertada, su mente era un torbellino de confusión. «¿Qué era todo esto?», se preguntó, mientras inhalaba profundamente en un esfuerzo por obligarse a calmarse. Con la voz apenas un hilo, le dijo de nuevo.
—Hace años, cuando te obligaron a casarte conmigo… ¿Por qué no te negaste? Tal vez hubieras evitado toda esta infelicidad para los dos.
—Porque... porque hice una promesa, y en ese tiempo odiaba las imposiciones —admitió Bruno, con una sinceridad desgarradora—. Pero te confieso, desde lo más profundo de mi alma, que casarme contigo fue lo mejor que me pudo pasar en la vida. Contigo conocí la ternura sin exigencias, el amor dulce sin condiciones. Tú despertaste en mí la curiosidad por amar de verdad. Y además… —su voz se quebró, cargada de una emoción profunda— me has regalado un ser tan maravilloso como Leía.
Sus largas pestañas proyectaban una tenue sombra sobre sus párpados mientras la miraba fijamente. Bruno extendió la mano derecha con la intención de acariciar