Lena había encontrado una casa más cómoda para ella y su hija. Después de llamar a su abogado para retomar el proceso de divorcio y reafirmar su posición en la empresa, recibió una llamada de su abuelo.
—Hola, mi querida nieta, ¿cómo estás? —preguntó su abuelo con ese tono cálido que siempre la tranquilizaba.
—Bien, abuelo —respondió Lena, acomodándose en el sofá, aunque su voz delataba el peso de sus preocupaciones—. Mañana iré por Leía. La traeré conmigo. —Hizo una pausa y soltó un suspiro—. Pero primero debo enfrentar a Bruno y solucionar de una vez mi divorcio.
—Eres fuerte, Lena. Me alegra que ya estarás con tu hija. Y lo de tu divorcio dudo que ese testarudo te lo de…
Lena arqueó las cejas con escepticismo mientras continuaba la llamada. Sabía que Bruno no cedería tan fácilmente. No era el tipo de hombre que aceptaba derrotas.
Se mordió el labio inferior al recordar cómo la había tratado aquella noche en que fue drogada. No podía negarlo: su piel aún lo extrañaba. Su cuerpo reco